Page 276 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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reacción popular a estos «milagros» de Vespasiano; mientras Filóstrato
       en la Vita Apollonii (5,27-36), en los tiempos de los primeros Severios,
       suministró una versión análoga del episodio, que borraba la imagen
       del  soberano  sanador sustituyéndolo  con  una  investidura filosófica
       por parte del taumaturgo neopitagórico Apolonio de  Thyana, en un
       encuentro en el Serapeo alejandrino.
          Por otra parte, es interesante constatar que —siempre refiriéndo­
       nos a la presencia de Vespasiano en Oriente después de las operacio­
       nes militares en Judea— la «competencia ideológica» contraponía en­
       tonces no sólo las visiones filosófico-políticas de los círculos senatoria­
       les  a  la  propaganda  sacerdotal  egipcia  (con  la  que  parece  que  está
       relacionado también el milagro «isiaco» que salvó al joven Domiciano
       de las matanzas de los Vitelianos en Roma en el curso de los mismos
       acontecimientos), sino que implicó también a otros poderosos grupos
       sacerdotales institucionalizados: el grupo del templo del dios Carme­
       lo en Judea, donde la predicción oracular de sucesos inminentes le lle­
       gó a Vespasiano de un sacerdote-adivino, también él —no casualmen­
       te— de nombre Basilis (cfr. Tac., Hist., 2, 78; Svet., Vesp., 5, 9); luego los
       grupos judaicos, todos en la línea de un mesianismo siempre vivo: la
       tradición rabínica recuerda, de hecho, una investidura profética de Ves­
       pasiano por parte de Johanan ben Zakkai (Midrash Ekba Rabbati, 1,13),
       mientras José Flavio  cuenta que  él mismo  recibió  otra en Iotapata
       (cfr. Ioseph. B. I., 3, 8, 9, 399-408 y 4,10, 7, 624-626; Svet.,  Vesp., 5, 9).
          Siempre en busca de garantías y apoyo en Roma, los sacerdotes
       egipcios  avalaron después  con  oráculos  también la heroización y el
       culto postumo de Antinoo,  el favorito de Adriano desaparecido  du­
       rante la estancia del emperador en Egipto en el 130 d. C. (cfr. SS. H.
       A., Hadr., 14). El joven dios bitínico conoció, por tanto, un culto muy
       precoz en Antinopolis, donde —como afirma la inscripción jeroglífica
       del obelisco erigido allí por Adriano— él escuchaba oraciones y cura­
       ba enfermedades sirviéndose de mensajes oníricos. El especial interés
       de Adriano por Egipto, por otra parte, se explica en relación a su pa­
       sión por la magia y la teurgia, de las que parece que era un cultivador
       apasionado (peritus matheseos lo dice la Historia Augusta—Ael, 3, 9—),
       mientras Casio Dion —69, 22, 1-— describe con hostil complacencia
       la inanidad de las prácticas mágicas con las que Adriano, en 138, ha­
       bría tratado de alejar de sí mismo una muerte tremenda por hidrope­
       sía (una enfermedad que a menudo, en la antigüedad, fue considera­
       da fruto de la intervención punitiva de fuerzas demoníacas). Merece
       la pena, sobre todo, observar cómo los círculos senatoriales se ensaña­
       ron en negar a Adriano el reconocimiento de un halo carismático an­

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