Page 274 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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durante algunos siglos: 1) el homenaje «popular», supersticioso, pero
en absoluto espontáneo, que en algunos casos hizo que los reyes o los
emperadores se convirtieran en héroes-taumaturgos; 2) la admiración
en clave filosófica que, por lo demás, tendía a propasarse en una espe
cie de «santificación» personal; 3) esa especie de «canonización» —de
impronta, sin embargo, exquisitamente política·— que se expresó tan
to a través de los ceremoniales senatoriales de la apoteosis (entendidos
como metáfora de las relaciones de poder en los vértices del estado)
como en una bien reglada retórica del lenguaje teológico-político en
las fuentes coetáneas.
De los primeros dos aspectos encontramos ejemplos en la tradi
ción greco-oriental, en la que los patriotismos locales, unidos a una ge
nuina fe religiosa y, alguna vez, a experiencias mágicas que hunden
sus raíces en el folclore, reconocieron a algunos soberanos helénicos
el papel salvador de θεοί σωτήρες». Por ejemplo, los que padecían
del bazo acudían a Epiro para experimentar el toque sanador del pul
gar del pie derecho de Pirro: de esto habla Plutarco (Pynh., 33), descri
biendo el aspecto majestuoso y terrible del rey, reforzado por las ano
malías «heroizantes» de su conformación física: la mandíbula superior
provista de un hueso continuo en lugar de los dientes y, cabalmente,
el pulgar del pie milagroso que curaba a los enfermos de esplenitis;
este pulgar permaneció intacto incluso después de la cremación del
rey, y se conservaba en un templo que era tal vez el de Dodona en
Epiro (cfr. Plin., N. H., 7, 20; Nepotian., Epit., 9, 24). Si pasamos de
las singularidades del folclore entre los Molosios (de raíces antiquísi
mas) al Egipto tolemaico, nos topamos con fuentes literarias, epigrá
ficas y papirológicas que muestran personajes que anulan votos por
gracia recibida, por ejemplo, a Tolomeo I «Salvadop> y a Berenice I, o
invocan a Arsinoe I y a Berenice II como protectoras numinosas de
la navegación, que aplacaban la tempestad y que garantizaban «pes
cas milagrosas».
Los emperadores romanos, en cambio, nunca (o casi nunca)
tuvieron un papel similar de personalidad sobrehumana. Lo impedía
la sobria tradición romana, no sólo bien consciente —en el plano teo
lógico— de la humanidad del princeps, sino también interesada en en
fatizar en el plano político, ante los ojos de las mismas masas, la de
pendencia de éste con respecto a lo sobrenatural, sobre el que los sa
cerdocios aristocráticos ejercitaban un control rígido, rechazando el
orientalismo que se difundía cada vez más y la falsificación cortesana
del emperador-dios que éste proponía.
Las mismas provincias orientales, por lo demás, rechazaron en los
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