Page 275 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
P. 275

emperadores de Roma ese papel salvador de héroes y «hombres divi­
      nos»  que,  en  cambio,  habían reconocido  con espontaneidad en los
      propios soberanos del pasado: el pueblo, tanto de la ciudad como de
      las aldeas, sentía lejanísimos a estos príncipes-patronos romanos, inca­
      paces  de satisfacer sus necesidades más inmediatas y que suscitaban
      más bien recurrentes inquietudes milenaristas con el peso creciente de
      la fiscalización y  de  las  levas  militares.  Las  aristocracias  ciudadanas
      griegas mantenían por su parte una gran desconfianza, y tendían a en­
      cerrarse en el orgulloso (y bien proficuo) ejercicio de la «pequeña po­
      lítica» local. El clero de los santuarios más celebrados y potentes, por
      otra parte, parecía deseoso, sobre todo, de garantizarse una devoción
      «subordinada» por parte de los emperadores romanos (por vías dife­
      rentes, pero con motivaciones no demasiado divergentes, pues, de las
      que inspiraban a los colegios sacerdotales romanos en su resistencia a
      reconocer los  carismas  imperiales):  baste  pensar  en  las  iniciaciones
      eleusinas de Augusto, Claudio, Adriano, Marco, Lucio Vero, Septimio
      Severo, Juliano. O bien, con los mismos intentos, el clero de estos san­
      tuarios apuntó a ganar prestigio con relación al poder,  asegurándose
      determinadas ventajas, prestándose deliberadamente a triviales falsifi­
      caciones de carismas auténticos, para uso y consumo de emperadores
      que advertían una especial necesidad de garantías sobrenaturales ade­
      más de publicitarias.
         Fue  el  caso  de  la  bien  concertada  serie  de  los  «milagros»  que
      Augusto Vespasiano realizó en Alejandría al expirar el año 69 d.C., en
      un momento políticamente frágil, después de que las legiones hubie­
      ran proclamado emperador a Vespasiano y mientras los vitelianos in­
      cendiaban el Capitolio, como refiere Suetonio (Vesp., 7) y Casio Dion
      (55  [56], 8; véase también Tac., Hist., 4, 81-82, más sucintamente). Un
      tullido y un ciego —que se encuentran al nuevo soberano por las ca­
      lles de Alejandría por admonición de Serapis en una incubatio noctur­
      na en el Serapeo del Canopo, donde se' practicaba la iatromántica—
      fueron curados por Vespasiano mediante el fulgurante toque resana-
      dor de su pie y el contacto con su saliva; el «milagro» fue certificado
      por dos  médicos presentes  en el séquito junto  a algunos  sacerdotes
      egipcios; y de esto resultó una visita del emperador al Serapeo, donde
      tuvo lugar el encuentro prodigioso y profético con un miembro del
      alto  clero  del  templo,  Basilis,  interpretado  por las  fuentes  antiguas
      como omen imperii (el nombre mismo de Basilis está relacionado —y
      sin duda no fortuitamente— con βασιλεία, o sea, «realeza»).  Casio
      Dion —senador de Bitinia personalmente hostil a cualquier preten­
      sión  de  divinización  imperial— no  cejó  de  subrayar la  ausencia  de

                                                              283
   270   271   272   273   274   275   276   277   278   279   280