Page 279 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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como bajo los Severios (para Caracalla, para Elagábalo), por ejemplo.
       Pero, sobre todo, fue la relación especial entre Marco y lo divino —en
       los términos en los que, como ya se ha indicado, fue representada, pri­
       mero, por los  intelectuales-senadores paganos y,  luego, por los mis­
       mos autores cristianos—, lo que dio forma a la mística pagana y cris­
       tiana del rey «amigo de dios», un dios que manifestaba el propio favor
       con respecto a él a través de milagros por los cuales el mismo empera­
       dor se sentía arrebatado, lejos de ser su héroe-gestor.
          Sólo  en la figura del último Augusto pagano, Juliano,  encontra­
       mos algunas características que lo acercan a Marco, por lo genuino de
       su vocación de filósofo-asceta y por la presencia de elementos carismá-
       ticos auténticos y personales, que no tenían nada que ver con la Kai-
       sermystik («mística imperial»), que garantizaba a los emperadores ayudas
       sobrenaturales, pero no dones de sobrenaturalidad consecuentes con
       su papel histórico de gobernantes. Precisamente, tratando de la «deifi­
       cación» de Juliano, A. D. Nock, hace algunos años (1957), puso de re­
       lieve la casi total ausencia de testimonios, en las fuentes, sobre posibles
       elementos sobrenaturales con referencia a los soberanos, bien ya difun­
       tos  o  estando  todavía vivos.  Pero vemos,  en  cambio,  a Juliano  que,
       como Marco, gracias a extenuantes y prolongadas oraciones, inmóvil
       bajo un violento  chaparrón,  obtiene la desviación milagrosa de  una
       desgracia natural de una ciudad de Tracia, según lo cuenta Libanio (Or.,
       18,177, del 365 d.C.). Y el mismo Libanio, en otros lugares, había pro­
       fetizado al Augusto todavía vivo un culto heroico postumo similar al
       que  se  le  había tributado  a Heracles,  héroe benefactor (ευεργέτης:
       cfr. Liban., Or.,  13, 47, del 362; ibid., Ep., 1220, del 363; ibid., Or.,  16,
       30,  donde  el  sofista  antioquiano  habla  de  συνοικουντες  θεοί και
       δαίμονες —una especie de ángeles custodios—, que rodeaban cons­
       tantemente a Juliano).
          De hecho,  solamente Juliano,  al igual que Marco,  fue venerado
       por los neoplatónicos que se habían formado en las escuelas de Ate­
       nas como una personalidad genuinamente numinosa, activo wonder­
       worker («operador de milagros»),  cuya imagen  después  de la muerte
      fue colocada en los templos y en las casas entre los simulacros de los
       dioses tutelares y convertida en objeto de culto «populap>, con votos
      y oraciones que se consideraron a veces concedidos gracias a la «fuer­
      za» («δΰυαμις») celeste del difunto (cfr. Liban, Or., 18, 304). Pero, a di­
      ferencia del siglo π d.C., los últimos intelectuales paganos fueron más
      bien propensos  a acentuar los rasgos  «pneumáticos» y hagiográficos
      del personaje, en contraste y haciendo la competencia a la pietas de los
      emperadores cristianos, protegidos por su dios.


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