Page 277 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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tes, después de su muerte, tratando de no conceder ni siquiera la apo­
       teosis (cfr.  SS. H. A., Hadr., 24-25; 69, 2, 5 y 23, 2-5; 70,  1, 2-3; Aur.
       Vict.,  14,  13; Eutr., 8, 7, 3), e intentando degradar a simulatio la fama
       popular de sanador que debía de rodearlo en vida: la Historia Augus­
       ta, por ejemplo, basándose en una tradición filoadrianea centrada en
       las dotes excepcionales del príncipe y ya cuestionada por Mario Máxi­
       mo, refiere con escepticismo la curación en Roma de una mujer ciega
       que,  a continuación de un sueño recibido  a lo largo  de la incubatio
       nocturna en un templo que tal vez fue el Asclepieo de la Isla Tiberina,
       fue corriendo a abrazar las rodillas del emperador). De Adriano, vene­
       rado en Cizico como «decimotercer dios», todavía existen huellas en la
       tradición bizantina (cfr. Socr., H. E„ 3, 23; Ioh. Malal.,  Chronogr.,  11,
       CSHB, pág. 279).
          Solamente en el caso de Marco Aurelio se puede realmente hablar
       de una «santidad» suya (personal y filosófica) reconocida por muchos:
       ésta tuvo sin duda una matriz elitista y culta (se podría, por tanto, ins­
       cribir en la que, al inicio, hemos definido theologia physica, no ya en la
       theologia theatrica atqiiefabulosa)·, sin embargo, parece que esta aclama­
       da «santidad» se fue dilatando en formas de culto popular o, al menos,
       «burgués» (ciudadano) en las mismas provincias griegas.
          El emperador-filósofo había cultivado el ideal, sobrio y bellísimo,
       del hombre que tiende a elevarse hacia lo divino y a hacerse «hombre
       divino» él mismo (pero «sin que los otros ni siquiera se den cuenta»),
       pacífico, sociable, reverente con la potencia celeste (εις εαυτόν, 7, 67).
       Marco no desdeñó comprometerse en votos solemnes (por ejemplo,
       el de iniciarse a los misterios eleusinos) ni valerse de ayudas sobrena­
       turales, especialmente en los momentos más dramáticos de las campa­
       ñas contra los Marcomanos y de la pestilencia: permitió, por ejemplo,
       la ejecución  de ritos mágicos —más  o menos bien logrados— por
       parte  de  Alejandro  de  Abonoteichos,  el  nuevo  Pitágoras-Asclepio
       discípulo de Apolonio de Tyana y artífice del culto de la serpiente
       Glycon  (Luciano  consagraría  inmediatamente  una  obrita,  Alexan­
       dras,  desenmascarando  todos  los  trucos  del mistificador).  En el sé­
       quito  de  Marco  permaneció  durante  mucho  tiempo  el  sacerdote
       egipcio de Isis, Arnufis, del que habla Casio Dion (71 [72], 8,4,) con­
       firmado por una inscripción encontrada en Aquileya. Por lo demás,
       Marco y la propaganda que de él se difundió no se jactaron nunca
       de una gestión de lo milagroso por parte del emperador, ni siquiera en
       el caso del célebre milagro de la lluvia, durante la campaña contra los
       Cuados en Moravia en los años  172-174, descrito tanto por las escul­
       turas de la columna Aureliana (escena XVI), como por las fuentes lite-

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