Page 11 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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cosa  que  hice.  Luego  me  obligaron  a  aceptar  el  compro­
           miso,  tal fue su insistencia, de poner por escrito lo que les
           había contado.  No  fue fácil.  Es muy incómodo el paso de
           la  narración  oral  al  texto.  No  sólo  porque  éste  carece  de
           lo que da sustancia y vida a aquélla -la voz, el tono, el rit­
                        ,
           mo,  el  gesto—  sino  también  porque,  tras  esas  formas  de
           expresión,  existen  dos  estilos  diferentes  de  pensamiento.
           Cuando se reproduce directamente sobre papel una inter­
           vención oral,  el  texto  no  se sostiene.  Cuando,  por el con­
           trario,  se comienza por escribir el  texto,  su  lectura en voz
           alta no engaña a  nadie:  no  está hecho para ser escuchado,
           es  ajeno  a  la  oralidad.  A esta  primera  dificultad,  escribir
           como se habla, se añaden unas cuantas más.  Es preciso, en
           primer lugar, elegir una versión, es decir, dejar en segundo
           término  las  variantes,  borrarlas,  silenciarlas.  Además,  el
           narrador interviene personalmente en la manera de contar
           la versión elegida y se convierte en intérprete en la medida
           en que no existe un modelo establecido de modo definiti­
           vo  del  guión  mítico  que  expone.  ¿Cómo,  por otra  parte,
           podría olvidar el  investigador,  cuando se convierte en  na­
           rrador,  que  también  es  un  científico  a  la  búsqueda  de  la
           base intelectual de los mitos y que introducirá en su relato
           algunos de los significados cuya importancia le han hecho
           valorar sus estudios anteriores?
               No  desconozco  ni  los  obstáculos  ni  los  peligros.  Sin
           embargo,  he  dado  el  paso.  He  intentado  explicar  cómo
           podría  seguir  perpetuándose  la  tradición  de  esos  mitos.
           Quería que la voz que en otros tiempos,  durante siglos,  se
           dirigía  directamente  a  los  oyentes  griegos,  ahora  callada,
           hablara de  nuevo  a los  lectores  actuales,  y  que,  al  menos
           en  algunas  páginas  de  este libro -¡ojalá lo  haya consegui­

           do!—fuera la misma, a modo de eco, la que resonara.




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