Page 281 - El Retorno del Rey
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hablar de nosotros; aunque lo mismo puede decirse de alguna gente más
honorable. Y no habrá muchos que nos recuerden, porque tampoco fueron
muchos los que escaparon con vida, y a la mayoría se los llevó el río. Pero fue
una suerte para vosotros, porque si no nos hubieras encontrado, el Rey de las
praderas no habría llegado muy lejos, y si hubiera podido hacerlo, no habría
tenido un hogar a donde regresar.
—Lo sabemos muy bien —dijo Aragorn—, y es algo que ni en Minas Tirith
ni en Edoras se olvidará jamás.
—Jamás —dijo Bárbol— es una palabra demasiado larga hasta para mí.
Mientras perduren vuestros reinos, querrás decir; y mucho tendrán que perdurar
por cierto para que les parezcan largos a los ents.
—La Nueva Edad comienza —dijo Gandalf—, y en ella bien puede ocurrir
que los reinos de los hombres te sobrevivan, Fangorn, amigo mío. Mas, dime
ahora una cosa: ¿qué fue de la tarea que te encomendé? ¿Cómo está Saruman?
¿No se ha hastiado aún de Orthanc? No creo que piense que has mejorado el
panorama que se ve desde la torre.
Bárbol clavó en Gandalf una mirada larga, casi astuta, pensó Merry.
—Ah —dijo Bárbol—. Me imaginé que llegarías a eso. ¿Hastiado de Orthanc?
Más que hastiado, al final; pero no tan hastiado de la torre como de mi voz.
¡Huum! Me oyó unos largos sermones, o al menos lo que consideraríais largos en
vuestra habla.
—¿Entonces por qué se quedó a escucharlos? ¿Has entrado en Orthanc? —
preguntó Gandalf.
—Huum, no, no en Orthanc —dijo Bárbol—. Pero él se asomaba a la ventana
y escuchaba, porque sólo así podía enterarse de alguna noticia y detestaba oírme,
lo consumía la ansiedad; y te aseguro que las escuchó, todas y bien. Pero
agregué muchas cosas, para que reflexionara. Al final estaba muy cansado.
Siempre tenía prisa, y esa fue su ruina.
—Observo, mi buen Fangorn —dijo Gandalf—, que pones cuidado en decir
vivía, fue, estaba. ¿Por qué no en presente? ¿Acaso ha muerto?
—No, no ha muerto, hasta donde yo sé —dijo Bárbol. Pero se ha marchado.
Sí, se fue hace siete días. Lo dejé partir. Poco quedaba de él cuando salió
arrastrándose, y en cuanto a esa especie de serpiente que lo acompañaba, era
como una sombra pálida. Ahora no vengas a decirme, Gandalf, que te prometí
retenerlo encerrado; pues ya lo sé. Pero las cosas han cambiado desde entonces.
Y lo mantuve encerrado hasta que yo mismo tuve la certeza de que ya no podía
causar nuevos males. Tú no puedes ignorar que lo que más detesto es ver
enjaulados a los seres vivos; ni aun a criaturas como ésta tendría yo encerradas,
excepto en casos de extrema necesidad. Una serpiente desdentada puede
arrastrarse por donde quiera.
—Quizá tengas razón —dijo Gandalf—, pero creo que a esta víbora aún le