Page 284 - El Retorno del Rey
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Orthanc lo conservará el Rey, y así verá lo que pasa en el reino, y qué hacen los
servidores. Porque no olvides, Peregrin Tuk, que eres un caballero de Gondor, y
no te he liberado de mi servicio. Ahora partes con licencia, pero tal vez vuelva a
llamarte. Y recordad, queridos amigos de la Comarca, que mi reino también está
en el Norte, y algún día iré a vuestra tierra.
Aragorn se despidió entonces de Celeborn y de Galadriel, y la Dama le dijo:
—Piedra de Elfo, a través de las tinieblas llegaste a tu esperanza, y ahora
tienes todo tu deseo. ¡Emplea bien tus días!
Pero Celeborn le dijo:
—¡Hermano, adiós! ¡Ojalá tu destino sea distinto del mío, y tu tesoro te
acompañe hasta el fin!
Y con estas palabras partieron, y era la hora del crepúsculo, y cuando un
momento después volvieron la cabeza, vieron al Rey del Oeste a caballo,
rodeado por sus caballeros; y el sol poniente los iluminaba, y los arneses
resplandecían como oro rojo, y el manto blanco de Aragorn parecía una llama.
Aragorn tomó entonces la piedra verde y la levantó, y una llama verde le brotó
de la mano.
Pronto la ahora menguada compañía dobló al oeste siguiendo el curso del Isen, y
atravesando la Quebrada se internó en los páramos que se extendían del otro
lado; y de allí fue hacia el norte y cruzó los lindes de las Tierras Oscuras. Los
dunlendinos huían y se escondían ante ellos, pues temían a los elfos, aunque en
verdad no los veían con frecuencia. Pero los viajeros no se turbaron, ya que eran
aún una compañía numerosa y bien provista; y avanzaron con serenidad,
levantando las tiendas cuando y donde preferían.
En el sexto día de viaje desde que se separaran del Rey, atravesaron un
bosque que bajaba de las colinas al pie de las Montañas Nubladas, que ahora se
levantaban a la derecha. Cuando al caer el sol salieron una vez más a campo
abierto, alcanzaron a un anciano que caminaba encorvado apoyándose en un
bastón, vestido con harapos grises o que habían sido blancos; otro mendigo que se
arrastraba lloriqueando le pisaba los talones.
—¡Si es Saruman! —exclamó Gandalf—. ¿A dónde vas?
—¿Qué te importa? —respondió el otro—. ¿Todavía quieres gobernar mis
actos, y no estás contento con mi ruina?
—Tú conoces las respuestas —dijo Gandalf: no y no. Pero de todos modos el
tiempo de mis afanes está concluyendo. El Rey ha tomado ahora la carga. Si
hubieras esperado en Orthanc lo habrías visto, y te habría mostrado sabiduría y
clemencia.
—Mayor razón entonces para haber partido antes —dijo Saruman—, pues no
quiero de él ni una cosa ni la otra. Y si en verdad esperas una respuesta a la