Page 285 - El Retorno del Rey
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primera pregunta, busco cómo salir de su reino.
—Entonces una vez más has equivocado el camino —dijo Gandalf—, y no
veo en tu viaje ninguna esperanza. Pero dime, ¿desdeñarás nuestra ayuda? Pues
te la ofrecemos.
—¿A mí? —dijo Saruman—. ¡No, por favor, no me sonrías! Te prefiero con
el ceño fruncido. Y en cuanto a la Dama aquí presente, no confío en ella:
siempre me ha odiado y era tu cómplice. Estoy seguro de que te trajo por este
camino para disfrutar con mi miseria. Si hubiese sabido que me seguíais, os
habría privado de ese placer.
—Saruman —dijo Galadriel—, tenemos otras tareas y otras preocupaciones
que nos parecen mucho más urgentes que la de seguirte los pasos. Di más bien
que la suerte se ha apiadado de ti, porque ahora te brinda una última oportunidad.
—Si en verdad es la última, me alegro —dijo Saruman—, porque así me
ahorrará la molestia de tener que volver a rechazarla. Todas mis esperanzas están
en ruinas, mas no deseo compartir las vuestras. Si os queda alguna.
Un fuego le brilló un instante en los ojos.
—Dejadme en paz —dijo—. No en vano consagré largos años al estudio de
estas cosas. Vosotros mismos os habéis condenado, y lo sabéis, y en mi vida
errante será para mí un gran consuelo pensar que al destruir mi casa también
habéis destruido la vuestra. Y ahora ¿qué nave os llevará a la otra orilla a través
de un mar tan ancho? —se burló—. Será una nave gris, y con una tripulación de
fantasmas.
Se echó a reír, pero la voz era cascada y desagradable.
—¡Levántate, idiota! —le gritó al otro mendigo, que se había sentado en el
suelo, y lo golpeó con el bastón—. ¡Media vuelta! Si esta noble gente va en
nuestra misma dirección, nosotros cambiaremos de rumbo. ¡Muévete, o te
quedarás sin el pan duro de la cena!
El mendigo dio media vuelta y pasó junto a él encorvado y gimoteando.
—¡Pobre viejo Grima! ¡Pobre viejo Grima! Siempre castigado y maldecido.
¡Cuánto lo odio! ¡Ojalá pudiera abandonarlo!
—¡Abandónalo entonces! —dijo Gandalf.
Pero Lengua de Serpiente, con los ojos sanguinolentos y aterrorizados, echó
una breve mirada a Gandalf, y luego, arrastrando los pies rápidamente fue detrás
de Saruman. Y cuando los dos miserables pasaban junto a la compañía, vieron a
los hobbits, y Saruman se detuvo y les clavó los ojos, pero ellos lo miraron con
piedad.
—¿Así que también vosotros habéis venido a regodearos, mis alfeñiques? No
os preocupa lo que le falta a un mendigo, ¿no? Porque tenéis todo cuanto queréis,
comida y espléndidos vestidos, y la mejor hierba para vuestras pipas. ¡Oh sí, lo
sé! Sé de dónde proviene. ¿No le daríais a un mendigo lo suficiente para llenar
una pipa, no lo haríais?