Page 295 - El Retorno del Rey
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sin duda querrás llevar tú mismo el caballo al establo. Un animal magnífico,
como dije la primera vez que lo vi. ¡Bueno, adelante! ¡Hagan cuenta de que
están en casa!
El señor Mantecona en todo caso no había cambiado la manera de hablar, y
parecía vivir siempre en la misma agitación sin resuello. Y sin embargo no había
casi nadie en la posada, y todo estaba en calma; del salón común llegaba un
murmullo apagado de no más de dos o tres voces. Y vista más de cerca, a la luz
de las dos velas que había encendido y que llevaba ante ellos, la cara del
posadero parecía un tanto ajada y consumida por las preocupaciones.
Los condujo por el corredor hasta la salita en que se habían reunido aquella
noche extraña, más de un año atrás; y ellos lo siguieron, algo desazonados, pues
era obvio que el viejo Cebadilla estaba tratando de ponerle al mal tiempo buena
cara. Las cosas ya no eran como antes. Pero no dijeron nada, y esperaron.
Como era de prever, después de la cena el señor Mantecona fue a la salita
para ver si todo había sido del agrado de los huéspedes. Y lo había sido por cierto:
en todo caso los cambios no habían afectado ni a la cerveza ni a las vituallas de El
Poney.
—No me atreveré a sugerirles que vayan al salón común esta noche —dijo
Mantecona. Han de estar fatigados; y de todas maneras hoy no hay mucha gente
allí. Pero si quisieran dedicarme una media hora antes de recogerse a descansar,
me gustaría mucho charlar un rato con ustedes, tranquilos y a solas.
—Eso es justamente lo que también nos gustaría a nosotros —dijo Gandalf—.
No estamos cansados. Nos hemos tomado las cosas con calma últimamente.
Estábamos mojados, con frío y hambrientos, pero todo eso tú lo has curado.
¡Ven, siéntate! Y si tienes un poco de hierba para pipa, te daremos nuestra
bendición.
—Bueno, me sentiría más feliz si me hubieras pedido cualquier otra cosa —
dijo Mantecona—. Eso es algo justamente de lo que andamos escasos, pues la
única hierba que tenemos es la que cultivamos nosotros mismos, y no es bastante.
En estos tiempos no llega nada de la Comarca. Pero haré lo que pueda.
Cuando volvió traía una provisión suficiente para un par de días: un apretado
manojo de hojas sin cortar.
—De las Colinas del Sur —dijo—, y la mejor que tenemos; pero no puede ni
compararse con la de la Cuaderna del Sur, como siempre he dicho, aunque en la
mayoría de las cosas estoy a favor de Bree, con el perdón de ustedes.
Lo instalaron en un sillón junto al fuego, y Gandalf se sentó del otro lado del
hogar, y los hobbits en sillas bajas entre uno y otro; y entonces hablaron durante
muchas medias horas, e intercambiaron todas aquellas noticias que el señor
Mantecona quiso saber o comunicar. La mayor parte de las cosas que tenían para
contarle dejaban simplemente pasmado de asombro al posadero, y superaban
todo lo que él podía imaginar, y provocaban escasos comentarios fuera de: