Page 296 - El Retorno del Rey
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—No me diga —y el señor Mantecona lo repetía una y otra vez como si
dudara de sus propios oídos—. No me diga, señor Bolsón ¿o era señor Sotomonte?
Estoy tan confundido. ¡No me digas, Gandalf! ¡Increíble! ¡Quién lo hubiera
pensado, en nuestros tiempos!
Pero él, por su parte, habló largo y tendido. Las cosas distaban de andar bien,
contó. Los negocios no sólo no prosperaban; eran un verdadero desastre.
—Ya ningún forastero se acerca a Bree —dijo—. Y las gentes de por aquí se
quedan en casa casi todo el tiempo, y a puertas trancadas. La culpa de todo la
tienen esos recién llegados y esos vagabundos que empezaron a aparecer por el
Camino Verde el año pasado, como ustedes recordarán; pero más tarde vinieron
más. Algunos eran pobres infelices que huían de la desgracia; pero la mayoría
eran hombres malvados, ladrones y dañinos. Y aquí mismo, en Bree, hubo
disturbios, disturbios graves. Y tuvimos una verdadera refriega, y a alguna gente
la mataron, ¡la mataron muerta! Si quieren creerme.
—Te creo —dijo Gandalf—. ¿Cuántos?
—Tres y dos —dijo Mantecona, refiriéndose a la Gente Grande y a la
Pequeña—. Murieron el pobre Mat Dedos Matosos, y Rowlie Manzano, y el
pequeño Tom Abrojos, de la otra vertiente de la Colina; y Willie Bancos de allá
arriba, y uno de los Sotomonte de Entibo; toda buena gente, se la echa de menos.
Y Enrique Madreselva, el que antes estaba en la puerta del oeste, y ese Bill
Helechal, se pasaron al bando de los intrusos, y se quedaron con ellos; y fueron
ellos quienes los dejaron entrar, me parece a mí. La noche de la batalla, quiero
decir. Y eso fue después que les mostramos las puertas y los echamos; pasó antes
de fin de año; y la batalla fue a principios del Año Nuevo, después de la gran
nevada.
» Y ahora les ha dado por robar y viven afuera, escondidos en los bosques del
otro lado de Archet, y en las tierras salvajes allá por el norte. Es un poco como
en los malos tiempos de antes de que hablan las leyendas, digo yo. Ya no hay
seguridad en los caminos y nadie va muy lejos, y la gente se encierra temprano
en las casas. Hemos tenido que poner centinelas todo alrededor de la empalizada
y muchos hombres a vigilar las puertas durante la noche.
—Bueno, a nosotros nadie nos molestó —dijo Pippin— y vinimos lentamente,
y sin montar guardias. Creíamos haber dejado atrás todos los problemas.
—Ah, eso no, señor, y es lo más triste del caso —dijo Mantecona—. Pero no
me extraña que los hayan dejado tranquilos. No se van a atrever a atacar a gente
armada, con espadas y yelmos y escudos y todo. Lo pensarían dos veces, sí
señor. Y les confieso que yo mismo quedé un poco desconcertado hoy cuando los
vi.
Y entonces, de pronto, los hobbits comprendieron que la gente los miraba con
estupefacción, no por la sorpresa de verlos de vuelta sino por las ropas insólitas
que vestían. Tanto se habían acostumbrado a las guerras y a cabalgar en