Page 65 - Tratado sobre las almas errantes
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pudieran parecer un par de segundos. Infinidad de relatos de experiencias cercanas a la muerte nos
hablan de este hecho, aunque lo conocido de forma más popular sea tan sólo que la vida entera
puede desfilar con todos sus detalles ante los ojos del moribundo en apenas un instante.
Estos dos elementos, la decisión divina de cuando ocurrirá el fin del tiempo de viador y la
posibilidad de un largo tiempo subjetivo en ese momento previo a la separación del alma y el
cuerpo, son datos que parecen quitar fuerza a la necesidad de un tiempo post mortem. Pues, desde
esta perspectiva, el tiempo de vida se nos muestra como un tiempo completo, consumado; perfecto,
en el sentido de que se ha llevado a cabo todo lo que debía llevarse a cabo (tanto por Dios con su
gracia, como por el hombre con sus decisiones) para alcanzar una decisión definitiva.
El gran problema de aceptar la visión escatológica intermediacionista, es saber qué es lo que
pondría punto final a la posibilidad del arrepentimiento en alguien que rechazara directamente a
Dios. De hecho, como bien dice Mulder: Nunca hubiéramos descubierto el peligro de la condena
eterna sin la proclamación que de ella ha hecho la autoridad apostólica 164 . ¿Por qué el Juicio Final
debería ser una barrera infranqueable de determinación eterna si uno permaneciera en un estado de
no rechazo a Dios? ¿Quizá, tal vez, porque tras ver toda la Historia humana en ese Juicio, Dios
mismo directamente se dirigiera a esa alma y le comunicara que es ése el momento de tomar una
decisión definitiva? No lo sabemos.
Desde luego, ni la distinción entre pecado mortal y grave, ni la tesis intermediacionista, ni el
enfoque subjetivista de la decisión escatológica nos evitan afrontar el problema de que, al final,
tiene que haber una decisión definitiva. La visión popular, tradicional, en la que uno es arrojado en
el infierno y después uno se pregunta “¿qué he hecho?”, pero ya es tarde para salir, es sencilla,
similar a la psicología de un condenado a una cárcel humana; pero cuando hablamos de un Ser
Infinito (con todas sus posibilidades de acción) y la eternidad de la condenación, la cuestión se
complica. La condenación humana a una cárcel por parte de una autoridad humana y la condenación
eterna de un alma permitida por un Ser Omnisciente son dos realidades sustancialmente diversas.
Entre ellas sólo existen analogías. ¿Cómo escoger libremente el destino de tiniebla cuando uno vea
la manifestación divina en el Juicio Final? Cierto que no ven su Faz, su Esencia –eso sólo se
contempla al entrar en la bienaventuranza-, pero sí que contemplan su manifestación. Como Mulder
explicará citando a Thomas Talbot:
Belial libremente elige la miseria eterna (o quizá el olvido eterno) para sí mismo. La cuestión que
inmediatamente surge es: ¿qué motivo podría ser suficiente para tal elección? En tanto en cuanto una ignorancia,
engaño o atadura al deseo permanece, permanece la posibilidad de que Dios transforme al pecador sin interferir
con la libertad humana; pero una vez que toda ignorancia o engaño es removido, de forma que la persona es
completamente “libre” para elegir, no puede existir ningún motivo para elegir para uno mismo la eterna miseria 165 .
Desde luego no es fácil poder responder a esa pregunta, y todos nuestros argumentos y
reflexiones son, en definitiva, un intento por comprender cómo se puede producir esa decisión que
implica la libre determinación eterna a la condenación. Ni la postura intermediacionista ni la
tradicional otorgan plena respuesta a esta cuestión. Una vía de explicación sería la gracia: Dios deja
de dar la gracia del arrepentimiento. Pero, sin duda, Dios deja de dar esa gracia del arrepentimiento
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Jack Mulder, Kierkegaard and the Catholic tradition: conflict and dialogue, Indiana University Press,
Bloomington 2010, pg. 127.
165 Jack Mulder, Kierkegaard and the Catholic tradition: conflict and dialogue, pg. 131.
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