Page 63 - Tratado sobre las almas errantes
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No deja de ser curioso  que esta recomendación, se hiciera precisamente en la sesión que
            trataba del purgatorio. Por tanto, hay que evitar por todos los medios, que una cuestión académica,
            que posee su propio ámbito de discusión, pase a ser motivo de fe entre el pueblo fiel. Entre otras
            razones  porque  esta  cuestión  tiene  implicaciones  que  pueden  llevar  a  prácticas  completamente
            erróneas.

                   Creemos haber examinado este problema del intermediacionismo del modo más exhaustivo
            posible,  desde  todos  los  puntos  de  vista.  Para  acabar,  nos  gustaría  ofrecer  unas  consideraciones
            finales.


                4.1       Reflexiones a favor

                  El intermediacionismo no pretende negar ninguna afirmación del Magisterio, lo que pretende
            es completarlas. Esta tesis no niega la enseñanza tradicional de que el que muere en pecado mortal
            no se salva. Es totalmente cierto que el que muere en pecado grave no se salva, y, por tanto, no va al
            Cielo al morir. Pero eso no significaría que no quepa la posibilidad de que se permita un tiempo de
            reflexión hasta el Juicio Final, un tiempo para comprender; no para merecer, pero sí para entender.
            Desde la postura intermediacionista se podría afirmar que no hace falta cambiar las afirmaciones
            tradicionales  de  los  catecismos.  Sin  cambiar  nada,  bastaría  con  añadir  que  el  Juicio  Final  será
            verdadero juicio para algunas almas.
                   La  comprensión  del  infierno  no  se  debe  enfocar  como  un  lugar  en  el  que  uno  ha  sido
            encerrado, como si esa clausura eterna dependiera meramente de una sentencia externa. Como si la
            sentencia fuera el resultado de la necesidad de satisfacer las necesidades de la Justicia, entendida
            ésta en el sentido de que la Majestad Divina hubiera sido ofendida. Ciertamente hay una Justicia,
            una Majestad Divina ofendida y una sentencia. Pero la eternidad de la pena debe ser comprendida
            no  desde  el  Ofendido,  sino  desde  la  psicología  del  que  quiere  alejarse  definitivamente  de  la
            bienaventuranza.
                    Uno  construye  el  estado  del  infierno  en  el  tiempo.  Uno  va  creando  dentro  del  alma  ese
            estado  de  separación  de  Dios  a  base  de  determinaciones  libres.  Más  que  de  ser  arrojado  en  el
            infierno, deberíamos más bien hablar de que uno se va autoexcluyendo de la bondad de Dios a base
            de  sus  propios  actos  libres.  Por  lo  cual,  en  cierto  modo,  es  uno  mismo  el  que  se  juzga  para  la
            eternidad con sus propias acciones y decisiones.
                   Ahora bien, nos podemos preguntar: ¿Pero vemos que todos los hombres en la tierra quedan
            perfectamente  determinados  hacia  el  amor  a  Dios  o  contra  ese  amor?  Más  bien  parece  que  no.
            Algunas  personas  parecen  mantenerse  en  una  especie  de  zona  media  entre  la  salvación  y
            condenación eterna.
                   Siempre se nos ha dicho que después de la muerte, la voluntad del alma queda eternamente
            determinada o hacia el Bien o hacia el Mal, o hacia el amor a Dios o hacia el odio a Dios. Pero ¿por
            qué? ¿Qué hay en el hecho de la separación del alma que determine de un modo definitivo la suerte
            eterna? Para los que han entrado en la visión beatífica, esa determinación radica en el hecho de la
            contemplación  del  Bien  Infinito,  que  hace  que  la  seducción  del  mal  pierda  toda  su  fuerza.  Esa
            determinación definitiva en los bienaventurados es lógica. ¿Pero qué razón hay en el resto de las

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