Page 134 - Vive Peligrosamente
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La orden de evacuación y de desmonte había sido cumplida y ejecutada al
          pie de la letra en un tiempo rapidísimo.
            Pasamos por la zona pantanosa de Pripjet, que nos pareció
          absolutamente intransitable. Sin embargo, los rusos la consideraban terreno
          apropiado para el  movimiento de sus tropas. Al norte de la carretera
          principal había una continuada hilera de colinas, y los llanos eran terrenos
          de labranza que pertenecían a los diversos "koljoses" diseminados por toda
          la zona en la que abundaban los bosques.  Todas las apariencias
          demostraban que a éstos los rusos no los cuidaban; varios espacios de ellos
          habían sido  talados para obtener leña; el resto de los árboles estaban
          descuidados, nadie se había preocupado de talarlos.
            Las carreteras principales estaban pasables, pero las vecinales eran
          simples caminos completamente descuidados en los que se apreciaban
          infinidad de ruedas de carros en una sola dirección. Dichos caminos tenían
          una anchura de diez a quince metros. Las huellas de los carros facilitaron
          nuestro avance. El tiempo era muy seco. Por esta razón tragamos grandes
          cantidades de polvo, que cubría todos los senderos. Los pueblos por los que
          pasábamos estaban completamente vacíos; la población había huido hacia
          el Este con las tropas rusas.
            No puede decirse que  aquellos días hubiera un verdadero frente. Las
          divisiones alemanas  se limitaban a avanzar hacia el Este  con  mucha
          dificultad. Cada vez que alguno de nuestros vehículos sufría una avería nos
          veíamos en un gran apuro. También, cada vez que hacíamos un alto éramos
          atacados por grupos aislados de tropas rusas, que se apresuraban a retirarse
          después de habernos hostilizado.
            En nuestro avance llegamos a un pequeño río,  en cuyas orillas se
          entabló fuerte combate. El capitán Rumohr insistió en que se hiciese un
          detallado reconocimiento  del terreno porque  nos  encontramos con una
          hilera de colinas. Se formó una patrulla que integrábamos el capitán
          Rumohr, el teniente Wurach, su ayudante, el oficial de transmisiones, cinco
          sargentos y yo. Nos dirigimos a una de las colinas  con el propósito de
          alcanzar su cima y ver desde ella lo que sucedía en la orilla opuesta del río.
          Tuvimos que atravesar un campo de terreno desigual en el que crecían
          algunos árboles. Una lluvia de balas cayó sobre nosotros. A pesar de que
          nos dimos cuenta de que ofrecíamos un  buen blanco, continuamos
          avanzando con toda clase de precauciones. Las ametralladoras enemigas no
          cesaban de  disparar y algunas granadas estallaron cerca de  nosotros.
          Realmente, nos encontrábamos en precaria situación. Todo lo que pudimos
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