Page 135 - Vive Peligrosamente
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hacer fue aplastar nuestros cuerpos contra el suelo, amparándonos en los
          declives del terreno.
            No resultaba agradable sentirse al igual que un conejo cuando le cazan.
          Cada vez que levantaba la cabeza, veía la suela de las botas del compañero
          que estaba tumbado delante de mí; seguidamente volvía a hundir la cabeza
          en la tierra porque venía una nueva granizada de balas.
            Intentamos avanzar despacio, cautelosamente, arrastrándonos por el
          suelo. Esto nos costó un gran esfuerzo, pues el fuego del enemigo
          acompañaba todos nuestros movimientos. De pronto escuché un grito a mis
          espaldas. Volví la cabeza y vi que uno de los suboficiales que se arrastraba
          detrás de  mí había sido  herido en  un hombro.  El hombre que iba a
          continuación le agarró de las caderas y le llevó a un lugar resguardado. Una
          lluvia de granadas, lanzadas por los nuestros, pasó por encima de nosotros
          y fueron a estallar en puntos claves del enemigo. Tuvimos la suerte de que
          el suelo no fuese muy duro, ya que, en tal caso, nuestro avance se habría
          hecho durísimo. Uno de nuestros hombres, que avanzaba el primero, lanzó
          un espantoso alarido. El teniente Wurach se apresuró a llegar a  su lado.
          Luego, volvió la cabeza y gritó:
            –Está muerto. Ya no podemos hacer nada por él.
            El fuego se  hizo tan intenso que  nos impidió todo  movimiento. ¡Los
          minutos se nos hicieron siglos! De pronto recordé, con extrañeza, que tenía
          una tableta de chocolate en uno  de los bolsillos de  mi pantalón. Estuve
          dudando en si me la comía o no. Y decidí que sería mejor que no lo hiciera.
            ¡Qué pensamientos más extraños se apoderan de nuestra mente en tales
          momentos!
            Estaba tumbado en el suelo, con las piernas y los brazos extendidos. Al
          cabo de un rato, que me pareció interminable, el capitán, que se encontraba
          a mi lado, me dijo:
            –Debemos seguir avanzando, Otto; si no lo hacemos nos cazaran como a
          conejos.
            Por lo tanto, continuamos nuestro avance arrastrándonos hacia adelante.
          El soldado que tenia delante de mí fue herido; volvió la cabeza y me miró.
          Tuve que realizar un gran esfuerzo para poder llegar a su lado. Logré mi
          propósito  y  pudimos ponerle a salvo  al amparo de un árbol. Vi que su
          camisa estaba empapada de sangre, y que una bala le habla perforado el
          pecho. Le puse una compresa sobre la herida y aquello fue todo; no podía
          hacer nada más por él.
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