Page 136 - Vive Peligrosamente
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Procedente de nuestra orilla del río oímos un fuerte tiroteo, que fue la
causa de que no continuasen disparando contra nosotros con tanta saña.
Naturalmente, nos apresuramos a aprovechar tal situación. Entre cuatro
cogimos al herido y corrimos colina arriba, y como no podíamos llevarlo
con cuidado, gritó de dolor. Llegamos a una casa y nos protegimos en ella,
colocando al herido sobre el suelo y al amparo de sus mulos. Nos
recompensó con una sonrisa; uno de los nuestros quedó junto a él para
atenderle.
Hicimos un agujero en el techo de paja de la casa e instalamos nuestro
telémetro. Pudimos apreciar que habíamos tenido un gran acierto, ya que,
desde donde nos hallábamos, podíamos observar bien las posiciones
enemigas. Era aquél un observatorio apropiado. Hicimos un mapa de la
topografía del terreno, y señalamos los puntos donde estaban las líneas
enemigas. Nos pusimos en comunicación con nuestro campamento y dimos
las informaciones precisas. Desde donde estábamos, orientábamos la
trayectoria y distancia del tiro, viendo que nuestra misión era coronada por
el éxito.
El frente ruso se había desarticulado, y sólo ofrecían resistencia algunos
focos aislados. No nos quedó más remedio que ensanchar nuestro campo de
tiro al objeto de poder atacarlos a todos.
Nuestras tropas consiguieron aproximarse a Beresina; sólo nos separaba
de nuestro próximo objetivo un pequeño río. Fue entonces cuando nos
encontramos en crítica situación. La Sección de información y un Batallón
de Infantería, secundados por una batería de nuestra segunda Sección de
Artillería, tuvieron que hacer frente a una fuerte resistencia del enemigo.
Unos kilómetros más atrás, se mantenía el Estado mayor de la segunda
División, en un cruce de carreteras. El pequeño remolque que servía de
alojamiento al general de nuestra División estaba en los linderos del bosque
donde se encontraba el grueso de nuestra Artillería. Me dirigí en unión del
coronel Hansen, que no hacía más que decir:
–Ya es la una y tengo el estómago vacío; creo que ya es hora de comer
algo.
Yo, lo recuerdo, le contesté:
–Voy a poner remedio a sus males.
Seguidamente saqué de mi coche un par de huevos y un poco de tocino;
encendí un pequeño fuego y, no tardando mucho, estuvimos saboreando mi
pequeño guiso. En cuanto terminamos de comer, Hansen se levantó y se
encaminó hacia su remolque cuando, precisamente en aquel momento e