Page 133 - Vive Peligrosamente
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Las chozas de madera estaban repletas de las cosas más dispares y
variadas. Los bizcochos, de color negruzco, se amontonaban al lado de
unos cubos llenos de semillas de girasol; cajones llenos de clavos se
alineaban junto a papeles llenos de "majorca"; había montones de ropas
usadas al lado de otro de nuevas, varios pares de zuecos y de botas de piel.
Naturalmente, supusimos que todos aquellos artículos habían estado en el
almacén. No vi otra tienda o almacén, por lo que supuse que los rusos sólo
podían adquirirlos en él. Me hice con varios paquetes de "majorca". Me
aproximé a los habitantes del pueblo con el propósito de hablar con ellos,
pero como no podía disponer de un buen intérprete, debí contentarme con
hacerme comprender por signos.
No me extrañó que los campesinos aceptaran el tabaco, pero que, por el
contrario, rechazasen el papel de fumar. Vi cómo cada uno de ellos tomaba
una arrugada hoja de periódico, arrancaba un trozo del mismo y, con él,
liaba el cigarrillo. A pesar de que el olor de semejante mezcla era
nauseabundo, todos parecían muy satisfechos.
Me enteré de que los artículos que se vendían en el almacén sólo podían
ser adquiridos muy de tarde en tarde. Además, los campesinos rusos
únicamente podían obtener cada dos años una chaqueta guateada y un par
de botas cada tres. El azúcar y la mantequilla eran artículos alimenticios
absolutamente desconocidos para ellos; por esta razón fue lo primero que
cogieron cuando asaltaron el almacén. En contraste, los campesinos estaban
obligados a entregar regularmente al Estado los productos del campo
cuando llegaba la época de la recolección. Mas, a pesar de todo, la gente
parecía contenta con su suerte, lo que me sorprendió, porque yo había
pensado que el pueblo ruso se sentía oprimido y anhelaba la libertad.
A los cinco días llegamos a las inmediaciones de Gorodez. Las tropas
rusas empleaban en el combate una táctica muy singular: empezaban
presentándonos una resistencia obstinada, pero, en cuanto encontraban una
ocasión propicia, se dispersaban o procuraban retirarse. Durante todos
aquellos primeros días tuvimos la impresión de que aún no nos habíamos
enfrentado con el auténtico ejército ruso. Las fuerzas enemigas sólo
aprovechaban alguna ocasión para contraatacamos.
En Gorodez visité una pequeña instalación eléctrica, que estaba
abandonada. ¡Nunca había visto, hasta aquel momento, una labor de
desmontaje tan perfecta! No quedaba nada, ¡absolutamente nada!, aunque
encontramos el material diseminado por las inmediaciones de la estación.