Page 20 - Vive Peligrosamente
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fotográficas y que ensayara él mismo su vuelo sobre el acantilado. ¡No tuve
          que esforzarme mucho en convencerle; la película nunca llegó a realizarse!
            Como Ben Akiba siempre tiene razón, debo hacer constar que los
          "vuelos náuticos", tal como fueron concebidos por mi amigo, se
          experimentaron en 1948.
            Unas líneas más sobre mis pequeñas aficiones. El deporte de la caza me
          apasionó durante algunos años. Tenía varios amigos que me incitaban a ir
          de caza con ellos; conseguí cobrar varias piezas de todos los animales que
          poblaban los bosques y prados de mi patria, sin que, por ello, pudiese ser
          considerado como un cazador exageradamente entusiasta. Al  cabo de
          algunos años de practicar tal deporte, me  contentaba con situarme  en un
          buen puesto desde el que pudiera observar cómodamente los movimientos
          de un espléndido corzo, por ejemplo. Muchas veces evité disparar sobre un
          ejemplar, por muy buena pieza que éste me pareciese.
            A partir de 1926 me fue dado navegar frecuentemente por nuestros
          maravillosos lagos de las montañas y por el viejo e incomparable Danubio
          Azul, que baña gran parte de mi ciudad natal, Viena. En Attersee llegamos
          a formar un  "Club de regatas", a las que  me dediqué con entusiasmo en
          toda clase de situaciones personales mías, hasta en las más adversas.
            Nunca podré olvidar una noche de tempestad en la que navegaba por las
          aguas del río Traunsee llevando conmigo a bordo  a una muchacha que
          estaba medio muerta  de espanto.  Habíamos salido de Traunkirchen un
          hermoso anochecer; teníamos un viento favorable.; nuestro propósito era
          pasar una o dos horas agradables y pacíficas de navegación.
            Pero, de pronto, tal como suele ocurrir en los parajes de alta montaña, en
          los que los cambios  meteorológicos se presentan súbitamente, sin previo
          aviso, la luna quedó oculta tras una  espesa capa  de nubes y  el viento
          comenzó a soplar con gran fuerza. Hice todo lo  posible para regresar  a
          puerto, pero la oscuridad reinante y las altísimas olas  me privaban de la
          seguridad suficiente para conseguir atravesar su angosta entrada. Por ello
          decidí seguir navegando por el centro del río. Pero mi compañera perdió el
          domino de sus nervios  y no pude contar con su ayuda en tales
          circunstancias. La amarré con un cabo de cuerda y enrollé el otro extremo
          en torno a mis caderas.
            Ate a un pie el cabo que sujetaba la vela de emergencia que servía para
          ayudar a  mantener la ruta señalada,  mientras que agarraba con las dos
          manos el cabo de la vela principal haciendo una llamada  a todas  mis
          fuerzas, ya que el viento  era  cada vez  más fuerte.  Sólo disponía de  mis
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