Page 221 - Vive Peligrosamente
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podíamos capturar algunas de ellas, hasta el punto de que toda compañía
          alemana poseía unas cuantas.
            El Ejército alemán sólo dispuso de un fusil–ametrallador automático a
          partir del otoño de  1944, lo que  no  quería decir que las industrias de
          armamento no hubiesen ya fabricado una infinidad de ellos muchos años
          antes de dicha fecha. Pero los  altos  mandos las rechazaron, porque
          consideraban que el empleo de las mismas obligaría a los soldados a
          emplear mayor número de municiones, lo que minaría su severa disciplina
          de tiro. Pero, ¡cosa incomprensible!, los soldados obtuvieron, sin embargo,
          las ametralladoras "42", que eran capaces de disparar más de cien tiros en
          un solo minuto.
            Cierto día recibí la visita de un teniente coronel de la División
          "Brandenburg", que estaba de permiso. Se llamaba Adrián von Fölkersam,
          condecorado en Rusia con la Cruz de Hierro por sus servicios prestados a la
          patria. Me informó  de que entre las filas de los  veteranos
          brandemburgueses reinaba un gran descontento, como consecuencia de que
          la División no recibía órdenes de llevar a cabo misiones de importancia.
          ¡Sucedía todo lo contrario! Hasta les obligaban a taponar brechas en ciertos
          sectores del frente, misión que podría haber cumplido a la perfección una
          División cualquiera.
            Las pérdidas que se sufrían eran cada vez más elevadas, detalle que no
          podía ser pasado por alto, pues los hombres de  la "Brandenburg" eran
          soldados perfectamente instruidos cuyas bajas no podían ser  cubiertas.
          Dicha  División estaba  integrada, exclusivamente, por soldados que
          denominaban perfectamente varios idiomas y que se habían presentado
          voluntarios para cumplir misiones muy delicadas.
            También me dijo el teniente coronel von Fölkersam que tanto él mismo
          como otros diez oficiales  de su Batallón, estaban dispuestos a colaborar
          conmigo para ayudarme  en la tarea que  me habían encomendado hacía
          poco tiempo. Y  me rogó les facilitase la satisfacción de sus deseos. Le
          observé detenidamente y llegué a la conclusión de que me agradaba desde
          el punto de vista humano y desde el militar. Tuve, en el acto, la certeza de
          que me ayudaría incondicionalmente en mi dificilísima empresa. Por ello,
          le prometí hacer todo lo posible para que sus deseos fueran satisfechos.
            A raíz de aquella conversación tuve la oportunidad de hablar, por
          primera y única vez en mi vida, con el almirante Canaris, jefe del Servicio
          Secreto Militar alemán.
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