Page 125 - El Misterio de Belicena Villca
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amenazas, convocan en 1167 un Concilio General en St. Félix de Caramán: allí
                 resuelven repartir el país, del mismo modo que la Iglesia Católica, en obispados y
                 parroquias.
                        La Iglesia Cátara, entonces, se  organizaba en base a Obispos,
                 Presbíteros, Diáconos, Hermanos mayores, Hermanos menores, etc. y daba
                 argumentos superficiales a los que sustentaban la acusación de herejía. Empero,
                 desde el punto de vista interno, sólo existían dos grupos: los “creyentes” y los
                 Elegidos. Los creyentes constituían la masa de quienes simpatizaban con el
                 catarismo o profesaban su fe, mas sin alcanzar la iniciación del Espíritu Santo
                 que caracterizaba a los Elegidos. Estos  últimos, en cambio, habían sido
                 purificados por el Espíritu Santo y por eso los creyentes los llamaban puros, o
                 sea, Cátaros. Habrá que aclarar que la iniciación al Misterio Cátaro, siendo un
                 acto social como toda iniciación, se  diferenciaba de las iniciaciones a los
                 Misterios Antiguos en que la forma ritual estaba reducida al mínimo: en efecto, los
                 Cátaros, los Hombres Puros o Iniciados, tenían el Poder de comunicar el Espíritu
                 Santo a los creyentes por  medio de la imposición de manos, con lo cual éste
                 podría convertirse también en un Cátaro; para que tal milagro ocurriera se
                 necesitaba disponer  de una “Cámara Hiperbórea”, en la que el creyente se
                 situaba y recibía el consolamentum de manos del Hombre Puro; mas la Cámara
                 Hiperbórea no era ninguna construcción material, como los Templos de los
                 Golen, sino un concepto de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes Blancos cuya
                 realización constituía un secreto celosamente guardado por los Cátaros: para su
                 aclaración, Dr. Siegnagel, le diré que consistía en los mismos principios que ya
                 expliqué en el Tercer Día como fundamentos del “modo de vida estratégico”, es
                 decir, el principio de la  ocupación, el principio del  cerco, y el principio de la
                 muralla estratégica.
                        En el concepto de la Cámara Hiperbórea intervienen los tres principios
                 mencionados, y su realización podía efectuarse en cualquier sitio, aunque, repito,
                 la técnica lítica, que solamente requería la distribución espacial de unas pocas
                 piedras sin tallar, era secreta. Así, con sólo unas piedras y sus manos, los
                 Cátaros iniciaban a los creyentes en el Misterio del Espíritu Increado; y como
                 verdaderos representantes  del Pacto de Sangre, oponían de este modo la
                 Sabiduría al Culto, la Muralla Estratégica al Templo.
                        Pero si la forma ritual era mínima, el proceso espiritual consecuente
                 alcanzaba la máxima intensidad durante la iniciación cátara. El creyente era
                 “consolado” interiormente, es decir, era  sostenido por el Espíritu, y se
                 convertía en Elegido.  Mas, ¿Elegido por quién? Por Sí  Mismo. Porque los
                 Iniciados Cátaros son los Autoconvocados Para Liberar Su Espíritu, los que
                 se han Elegido a Sí Mismo Para Alcanzar El Origen y Existir. El creyente,
                 pues, no sería Elegido por los Cátaros, ni su trasmutación dependería sólo
                 del  Consolamentum, sino que Su Propio Espíritu se Elegía y se Investía a Sí
                 Mismo de Pureza al situarse estratégicamente bajo la influencia carismática de
                 los hombres puros.

                        La Iglesia Cátara carecía de Rituales, de Templos, y de sacramentos: los
                 Cátaros sólo se permitían la predicación, la exposición del Evangelio de Kristos
                 Lucibel a todo hombre creyente. Y resultaba que la infatigable prédica extendía el
                 catarismo día a día, como una epidemia, por el país de Languedoc, causando la
                 consiguiente alarma de la Iglesia Católica que veía sus Templos vacíos y sus

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