Page 128 - El Misterio de Belicena Villca
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María de Montpellier, derechos sobre aquel Condado del Languedoc. El
                 compromiso del Rey de Aragón con el país de Oc no podía ser, pues, mayor.
                        Los cistercienses llamaron a la Cruzada en toda Europa luego de la muerte
                 de Pedro de Castelnau, vale decir, desde 1208. En julio de 1209, el ejército más
                 numeroso que jamás se viera en esas  tierras cruzaba el  Ródano y marchaba
                 hacia el país de Oc; como jefe del mismo, Inocencio III nombró a un Golen que
                 parecía surgido de la entraña misma del Infierno: Arnaud Amalric, Abad de
                 Citeaux, el monasterio madre de la Orden cisterciense. El ejército de Satanás,
                 compuesto de trescientos cincuenta mil cruzados, pronto se encuentra poniendo
                 sitio a la pequeña ciudad fortificada de Bezier; ¡la sentencia de exterminio al fin
                 será cumplida! Horas después los defensores ceden una puerta y las tropas
                 infernales se disponen a conquistar la  plaza; los jefes militares interrogan a
                 Arnaud Amalric sobre el modo de distinguir a los herejes de los católicos, a lo
                 cual el Abad de Citeaux responde –“Matad, matad a todos, que luego Dios los
                 distinguirá en el Cielo”–. Nobles y  plebeyos, mujeres y niños, hombres y
                 ancianos, católicos y herejes, la totalidad de los treinta mil habitantes de Beziers
                 son degollados o quemados en los siguientes momentos. El cuerpo de Bezier es
                 el Cordero Eucarístico de la Comunión de los Cruzados, el Sacramento de
                 Sangre y Fuego que constituye el Sacrificio al Dios Creador Uno Jehová Satanás.
                 Castigo del Dios Creador, Condena de la Fraternidad  Blanca, Sanción de los
                 Atlantes morenos, Expiación de Sacerdotes, Venganza Golen, Escarmiento
                 Hebreo, Penitencia Católica, la matanza de Bezier es arquetípica: ha sido y será,
                 siempre que los pueblos de Sangre Pura intenten recobrar su Herencia
                 Hiperbórea; hasta la Batalla Final.
                        Después de Bezier cae Carcasona, donde son quemados quinientos
                 herejes, depuestos los prelados autóctonos, y resulta capturado y humillado el
                 Vizconde Raimundo Roger. Pedro II llega a Carcasona para interceder por su
                 vasallo y amigo sin conseguir cosa alguna del legado papal: esta impotencia da
                 una idea del poder que había adquirido la Iglesia, en aquellos siglos, sobre los
                 “Reyes temporales”. El Rey de Aragón se retira, entonces, y se concentra en otra
                 Cruzada, que se está llevando a cabo simultáneamente: la lucha contra los
                 muslimes de España; cree que participando de esa gesta su honor no se vería
                 comprometido, como sería el caso si interviniese en la represión de sus súbditos;
                 sin embargo, la falta al honor ya era grande pues los abandonaba en manos de
                 sus peores enemigos. Mientras la Cruzada Golen va exterminando a los Cátaros
                 castillo por castillo, y procura destruir el Condado de Tolosa, Pedro II se enfrenta
                 con éxito a los muslimes en la reconquista de Valencia. Retorna, al fin, a
                 Narbona, donde se reúne con los Condes Cátaros de Tolosa y de Foix, y con el
                 jefe militar de la Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales: nuevamente,
                 nada consigue, pero esta vez es puesta en duda su condición de católico y
                 amenazado con la excomunión; termina aceptando la represión indiscriminada y
                 confirmando la rapiña efectuada por Simón: conviene en que, si los Condes de
                 Tolosa y Foix no apostasiaban del catarismo, esos títulos le serían transferidos.
                 Entonces Pedro II creía que la Cruzada sólo perseguía el fin de la “herejía” y que
                 su soberanía sobre el Languedoc no sería cuestionada. Es así que, como
                 “prueba de buena fe”, arregla el casamiento de su hijo Jaime con la hija de Simón
                 de Montfort: pero Jaime, el futuro Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, tiene
                 sólo dos años; Pedro II se lo entrega a Simón para su educación, es decir, como
                 rehén, y éste se apresura a situarlo tras los muros de Carcasona.

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