Page 127 - El Misterio de Belicena Villca
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concretarse. Y en esos planes figuraba, como cuestión pendiente a la que debía
darse pronta solución, el cumplimiento de la sentencia de exterminio que pesaba
sobre los Cátaros. En principio, Inocencio III envía legados especiales a recorrer
el país de Oc mientras inicia una maniobra destinada a someter al Rey de
Aragón, Pedro II, al vasallaje de San Pedro, cosa que consigue en 1204: en aquel
año Pedro II era coronado en Roma por el Papa, quien le entrega las insignias
reales, manto, colobio, cetro, globo, corona y mitra; acto seguido le exige
juramento de fidelidad y obediencia al Pontífice, de defensa de la fe católica, de
protección de los derechos eclesiásticos en todas sus tierras y Señoríos, y de
combatir a muerte a la herejía. A todo accede Pedro II, que no sospecha su
triste fin a manos de los cistercienses, y, luego de recibir la Espada de Caballero
de manos de Inocencio III, cede su Reino a San Pedro, al Papa y a sus
Sucesores.
A todo esto, los legados habían ya alertado a los Obispos leales a los
Golen y efectuado un prolijo censo de los prelados autóctonos que no aprobarían
jamás la destrucción de la civilización de Oc y que tendrían que ser expurgados
de la Iglesia. En 1202 los Golen consideran que las condiciones están dadas para
ejecutar sus planes y deciden tender una trampa mortal al Conde de Tolosa,
Raimundo VI: el mecanismo de esa trampa apunta a brindar una justificación para
la inminente destrucción de la civilización de Oc y el exterminio cátaro; y el
artificio, ideado para engañar a la presa, es una víctima propiciatoria, un monje
cisterciense de la abadía de Fontfroide llamado Pedro de Castelnau. Aquel
siniestro personaje fue preparado muy bien para la función que tendría que
desempeñar, sin saberlo, por supuesto, pues descollaba en materias tales como
la crueldad, el fanatismo, el odio a la “herejía”, etc.; y, para potenciar su acción
imprudente e intolerante, se lo dotó de poderes especiales que lo ponían por
arriba de cualquier autoridad eclesiástica salvo el Papa y se le ordenó inquirir
sobre la fe de los occitanos: en sólo seis años Pedro de Castelnau consiguió
granjearse el odio de todo un país. En 1208, luego de sostener una disputa con
Raimundo VI a causa de la represión violenta que reclamaba contra la herejía
cátara, Pedro de Castelnau es asesinado por los propios Golen y la
responsabilidad del crimen hecha recaer sobre el Conde de Tolosa: la trampa se
había cerrado. La respuesta de Inocencio III al asesinato de su legado sería la
proclamación de una santa Cruzada contra los herejes occitanos. Lógicamente, el
llamamiento de esa Cruzada fue encargado a la Congregación del Cister.
Heredero de la región que los romanos denominaban “Galia Narbonense”
y Carlomagno “Galia Gótica”, el Languedoc constituía un enorme país de 40.000
kilómetros cuadrados, que confinaba con el Reino de Francia: en el Este, con la
orilla del Ródano, y en el Norte, con el Forez, la Auvernía, el Rouergne y el
Quercy. En el siglo XIII aquel país estaba de hecho y de derecho bajo la
soberanía del Rey de Aragón: entre los Señoríos más importantes se contaban el
Ducado de Narbona, los Condados de Tolosa, Foix y Bearne, los Vizcondados de
Carcasona, Beziers, Rodas, Lussac, Albi, Nimes, etc. Además de estos vasallos,
Pedro II había heredado los estados de Cataluña y los Condados de Rosellón y
Pallars, y poseía derechos sobre el Condado de Provenza. Mas no todo
terminaba allí: Pedro II, cuya hermana era esposa del Emperador Federico II
Hohenstaufen, había casado dos hijas con los Condes de Tolosa, Raimundo VI y
Raimundo VII, padre e hijo, y le correspondían por su propio casamiento con
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