Page 34 - El Misterio de Belicena Villca
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En efecto, en el modo de vida estratégico heredado de los Atlantes
                 blancos, los pueblos nativos estaban obligados a obrar según un orden estricto,
                 que ningún otro principio permitía alterar: en tercer lugar, después de la
                 ocupación y el cercado, recién se podía practicar el cultivo. La causa de esta
                 rigurosidad era la capital importancia que los Atlantes blancos atribuían al cultivo
                 como acto capaz de liberar al Espíritu o de aumentar su esclavitud en la Materia.
                 La fórmula correcta era la siguiente: si un pueblo de Sangre Pura realizaba el
                 cultivo sobre una tierra ocupada, y no olvidaba en ningún momento al Enemigo
                 que acechaba afuera, entonces, dentro del cerco, sería libre para elevarse hasta
                 el Espíritu y adquirir la Más Alta Sabiduría. En caso contrario, si se cultivaba la
                 tierra creyendo en su propiedad, las Potencias de la Materia emergerían de la
                 Tierra, se apoderarían del hombre, y lo integrarían al contexto, convirtiéndolo en
                 un objeto de los Dioses;  en consecuencia,  el Espíritu sufriría una caída en la
                 materia aún más atroz, acompañada de la ilusión más nociva, pues creería ser
                 “libre” en su propiedad cuando sólo sería una pieza del organismo creado por
                 los Dioses. Quien cultivase la tierra, sin ocuparla y cercarla previamente, y se
                 sintiese su dueño o desease serlo, sería  fagocitado por el contexto regional y
                 experimentaría la ilusión de  pertenecer a él. La propiedad implica una doble
                 relación, recíproca e inevitable: la propiedad  pertenece al propietario tanto como
                 éste pertenece a la propiedad; es claro:  no podría haber tenencia sin una
                 previa pertenencia de la propiedad a apropiar. Mas, el que se sintiese
                 pertenecer a la tierra quedaría desguarnecido frente al Poder de Ilusión del
                 Enemigo: no se comportaría como extranjero en la Tierra; como el hombre
                 espiritual que cultiva en el cerco estratégico, pues se arraigaría y amaría a la
                 tierra; creería en la paz y anhelaría esa ilusión; se sentiría parte de la naturaleza
                 y aceptaría que el todo es Obra de los Dioses; se empequeñecería en su lar y
                 se asombraría de la grandeza de la Creación, que lo rodea por todas partes; no
                 concebiría jamás una salida de la Creación: antes bien, tal idea lo sumiría en un
                 terror sin nombre pues en ella intuiría una herejía abominable, una
                 insubordinación a la Voluntad del Creador que podría acarrearle castigos
                 imprevisibles; se sometería al Destino, a la Voluntad  de los Dioses que lo
                 deciden, y les rendiría Culto para ganar su favor o para aplacar sus iras; sería
                 ablandado por el miedo y no tendría fuerzas, no ya para oponerse a los Dioses, ni
                 siquiera para luchar contra la parte animal y anímica de sí mismo, sino tampoco
                 para que el Espíritu la dominase y se transformase en el Señor de Sí Mismo; en
                 fin, creería en la propiedad de la tierra pero pertenecería a la Tierra, y cumpliría al
                 pie de la letra con lo señalado por la Estrategia Enemiga.
                        El principio de la Muralla era la aplicación fáctica del principio del Cerco,
                 su proyección real. De acuerdo con la Sabiduría Lítica de los Atlantes blancos,
                 existían muchos Mundos en los que el Espíritu estaba prisionero y en cada uno
                 de ellos el pincipio de la Muralla exigía diferente concreción: en el mundo físico,
                 su aplicación correcta conducía a la  Muralla de Piedra, la más efectiva valla
                 estratégica contra cualquier presión del Enemigo. Por eso los pueblos nativos
                 que iban a cumplir la misión, y participaban del Pacto de Sangre, eran instruídos
                 por los Altantes blancos en la construcción de murallas de piedra como
                 ingrediente fundamental de su modo de vida: todos quienes ocupasen y cercasen
                 la tierra para practicar el cultivo, con el fin de sostener el sitio de una obra de los
                 Atlantes blancos, tenían también que levantar murallas de piedra. Pero la
                 erección de las murallas no dependía sólo  de las características de la tierra

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