Page 36 - El Misterio de Belicena Villca
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Dioses propiciatorios: sus Culturas eran siempre abundantes en la producción de
                 utensilios y artículos suntuarios y ornamentales. Entre ellos se aceptaba que el
                 trabajo de la tierra era despreciable para el hombre, aunque se lo practicaba por
                 obligación: su habilidad mayor estaba, en cambio, en el comercio, que les servía
                 para difundir sus objetos culturales e imponer el Culto de sus Dioses. De acuerdo
                 a sus creencias, el hombre había de resignarse a su suerte y tratar de vivir lo
                 mejor posible en este mundo: tal la Voluntad de los Dioses, que no se debía
                 desafiar. Y para complacer esa Voluntad, lo correcto era servir a sus
                 representantes en la Tierra, los Sacerdotes y los Reyes del Culto: los Sacerdotes
                 trasmitían al pueblo la Voz de los Dioses y suplicaban a los Dioses por la suerte
                 del pueblo; paraban el brazo de los Reyes demasiado amantes de la guerra e
                 intercedían por el pueblo cuando la exacción de impuestos se tornaba excesiva;
                 eran los autores de la ley y a menudo distribuían la justicia; ¿qué males no se
                 abatirían sobre el pueblo si los Sacerdotes no estuviesen allí para aplacar la ira
                 de los Dioses? Por otra parte, según ellos no era necesario buscar la Sabiduría
                 para progresar culturalmente y alcanzar un alto grado de civilización: bastaba con
                 procurar la perfección del conocimiento, por ejemplo, bastaba con superar el
                 valor utilitario de un utensilio y luego estilizarlo hasta convertirlo en un objeto
                 artístico o suntuario. La Sabiduría era propia de los Dioses y a éstos irritaba que
                 el hombre invadiese sus dominios: el hombre no debía saber sino  conocer y
                 perfeccionar lo conocido, hasta que, en un límite de excelencia de la cosa, ésta
                 condujese al conocimiento de otra cosa  a la que también habría que mejorar,
                 multiplicando de esta manera la cantidad y calidad de  los objetos culturales, y
                 evolucionando hacia formas cada vez más complejas de Cultura y Civilización.
                 Gracias a los Sacerdotes, pues, que condenaban la herejía de la Sabiduría pero
                 aprobaban con entusiasmo la aplicación  del conocimiento en la producción de
                 objetos que hiciesen más placentera la  vida del hombre, las  civilizaciones de
                 costumbres refinadas y lujos exquisitos contrastaban notablemente con el modo
                 de vida austero de los pueblos del Pacto de Sangre.
                        Al principio esa diferencia, que era lógica, no causó ningún efecto en los
                 pueblos del Pacto de Sangre, siempre desconfiados de cuanto pudiese debilitar
                 su modo de vida guerrero: una caída se produciría, profetizaban los Guerreros
                 Sabios, si permitían que las Culturas extranjeras contaminasen sus costumbres.
                 Esta certeza les permitió resistir durante muchos siglos, mientras en el mundo
                 crecían y se extendían las civilizaciones del Pacto Cultural. No obstante, con el
                 correr de los siglos, y por numerosos y variados motivos, los pueblos del Pacto
                 de Sangre acabaron por sucumbir culturalmente frente a los pueblos del Pacto
                 Cultural. Sin entrar en detalles, se puede considerar que dos fueron las causas
                 principales de ese resultado. Por parte de los pueblos del Pacto de Sangre, una
                 especie de  fatiga colectiva que enervó la voluntad guerrera: algo así como el
                 sopor que por momentos suele invadir a los centinelas durante una larga jornada
                 de vigilancia; esa fatiga, ese sopor, esa debilidad volitiva, los fue dejando inermes
                 frente al Enemigo. Por parte de los  pueblos del Pacto Cultural, una diabólica
                 Estrategia, lucubrada y pergeñada por los Sacerdotes, basada en la explotación
                 de la Fatiga de Guerra mediante la tentación de la ilusión: así, se tentó a los
                 pueblos del Pacto de Sangre con la ilusión de la paz, con la ilusión de la tregua,
                 con la ilusión del progreso cultural, con la ilusión de la comodidad, del placer, del
                 lujo, del confort, etc.; quizá el arma más efectiva haya sido la tentación del amor


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