Page 37 - El Misterio de Belicena Villca
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de las bellas sacerdotisas, especialmente entrenadas para despertar las pasiones
dormidas de los Reyes Guerreros.
Con la tentación de la ilusión, los Sacerdotes procuraban concertar
alianzas de sangre entre los pueblos combatientes, sellar los “tratados de paz”
con la consumación de bodas entre miembros de la nobleza reinante;
naturalmente, como se trataba de apareamientos entre individuos del mejor
linaje, y de la misma Raza, a menudo no ocurría la degradación de la Sangre
Pura. ¿Qué buscaban, entonces, los Sacerdotes con tales uniones? Dominar
culturalmente a los pueblos del Pacto de Sangre. Ellos tenían bien en claro que la
Sangre Pura, por sí sola, no basta para mantener la Sabiduría si se carece de la
voluntad espiritual de ser libre en el Origen, voluntad que se iba debilitando por la
Fatiga de Guerra. La Sabiduría haría al Espíritu libre en el Origen y más poderoso
que el Dios Creador; pero en este mundo, donde el Espíritu está encadenado al
animal hombre, el Culto al Dios Creador acabaría dominando a la Sabiduría,
sepultándola bajo el manto del terror y del odio. Una vez sometidos
culturalmente, ya tendrían tiempo los Sacerdotes para degradar la Sangre Pura
de los pueblos del Pacto de Sangre y para cumplir con su propio Pacto Cultural,
es decir, para destruir las obras de los Atlantes blancos.
En mi pueblo, Dr. Siegnagel, las cosas ocurrieron de ese modo. Los
Reyes, cansados de luchar y de esperar el regreso de los Dioses Liberadores, se
dejaron tentar por la ilusión de una paz que les prometía múltiples ventajas: si se
aliaban a los pueblos del Pacto Cultural accederían a su “avanzada” Cultura,
compartirían sus costumbres refinadas, disfrutarían del uso de los más diversos
objetos culturales, habitarían viviendas más cómodas, etc.; y las alianzas se
sellarían con matrimonios convenientes, enlaces que dejarían a salvo la dignidad
de los Reyes y no los obligarían a ceder, de entrada, la Sabiduría frente al Culto.
Ellos creían, ingenuamente, que estaban concertando una especie de tregua en
la que nada perdían y con la que tenían mucho por ganar: y esa creencia, esa
ceguera, esa locura, esa fatiga incomprensible, ese sopor, ese hechizo, fue la
ruina de mi pueblo y la falta más grande al Pacto de Sangre con los Atlantes
blancos, una Falta de Honor. ¡Oh, qué locura! ¡creer que podía reunirse en una
sola mano el Culto y la Sabiduría! El resultado, el desastre diría, fue que los
Sacerdotes atravesaron las murallas y se instalaron entre los Guerreros Sabios;
allí intrigaron hasta imponer sus Cultos y conseguir que estos olvidasen la
Sabiduría; y por último, se lanzaron ávidamente a rescatar las Piedras de Venus,
las que remitían con presteza a la Fraternidad Blanca mediante mensajeros que
viajaban a lejanas regiones. Sólo muy pocos Iniciados tuvieron el Honor y el Valor
de resistirse a tan repudiable claudicación y dispusieron los medios para
preservar la Piedra de Venus y lo que se recordaba de la Sabiduría.
Entre tales Iniciados, se contó uno de mis remotos antepasados, quien
engastó la Piedra de Venus en la guarnición de una espada de hierro: era aquélla
un arma de imponente belleza y notable simbolismo; además de sostener la
Piedra de Venus, el arriaz se quebraba hacia arriba en dos gavilanes de hierro
que protegían la empuñadura y daban al conjunto forma de tridente invertido; la
empuñadura, por su parte, era de un hueso blanco como el marfil, pero
espiralado, y se afirmaba con convicción que pertenecía al cuerno del Barbo
Unicornio, animal mítico que representaba al hombre espiritual; y el pomo, de
hierro como la hoja, poseía también un par de gavilanes elevados, que formaban
un segundo tridente invertido. En la Edad Media, como se verá, otros Iniciados le
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