Page 346 - El Misterio de Belicena Villca
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feroces Hiwa Anakim. Ellos son los responsables del robo de reses, mutilaciones
de animales y succiones de sangre, así como los Hiwa Anakim suelen
desayunarse con desprevenidos ciudadanos que jamás vuelven a “aparecer”.
La vista del patio exterior no podía ser más espeluznante, pero Nimrod
deseaba enfrentarse al cobarde Nefilim y vengar las horrorosas bajas producidas
entre sus hombres por los gigantes antropófagos. Para ello trazó una simple
Estrategia. Enviaría a la infantería en horda seguidos de una vanguardia de
lanceros. Atrás quedaría la Elite de arqueros protegiendo la retaguardia y
disparando permanentemente a los blancos más seguros. En la confusión Nimrod
intentaría llegar hasta el Nefilim.
El Emin Nefilim cuyo nombre era Kokabiel, uno de los doscientos Dioses
Traidores que vinieron de Venus, siguieron el Sendero de la Mano Derecha y
fundaron la Fraternidad Blanca o Jerarquía Oculta de la Tierra, se hallaba
dirigiendo a sus huestes de pesadilla escudado tras una enorme fuente de
surtidor. Su aspecto era deslumbrante pues estos Demonios son orgullosos y
sienten placer por mostrar una apariencia bella, tratando vanamente de competir
con Kristos Lúcifer, Señor de la Belleza Increada.
Nimrod dio la orden de atacar y una horda de guerreros Kassitas se
precipitó contra la cerrada formación de los Demonios. Los enanos dispararon
sus armas de “cinturón” y produjeron algunos tropiezos entre los primeros
guerreros, pero pronto se vio que el ímpetu que llevaban haría imposible
detenerlos de ese modo. Comenzaron a llover docenas de flechas al tiempo que
chocaban las dos vanguardias generándose una tremenda refriega. En ese
momento Nimrod, que se había dirigido aparentemente en sentido contrario, cayó
de dos saltos sobre Kokabiel intentando degollarlo con un filoso puñal de Jade.
Esa arma, procedente de China, la había recomendado Isa como muy efectiva
para abatir a los Demonios.
Rodando en mortal abrazo dos Hiperbóreos enemigos, el blanco Nimrod y
el tenebroso Kokabiel, jugaban sus inmortales e ilusorias vidas tratando de
apuñalarse mutuamente. Era algo que no se veía desde 8.000 años atrás.
Pero sus cuerpos pertenecían a dos Razas distintas. Kokabiel era enorme,
casi el doble de tamaño que el valeroso Nimrod, y esa ventaja física, sumada a
su odio que constituía una energía casi palpable, abrasadora, ponían en aprietos
al Rey Kassita.
–¡Muere, Perro Nimrod! –gritó el Nefilim mientras presionaba el cuello del
Rey Kassita, sorprendido en mortal llave de lucha.
–¡Muere y regresa al mundo infernal de los humanos mortales! –
comenzaron a crujir los huesos del infortunado Rey.
–¡Imbécil Nimrod! ¿Querías conquistar el Cielo? El castigo será terrible. Te
encadenaremos de tal forma que regresarás a la conciencia mineral o, peor aún,
al mundo elemental de las larvas etéricas. Y tardarás milenios en quitarte la
rueda del Karma, maldito Nimrod. Y con tu pueblo haremos un escarmiento
definitivo. ¡Será borrado de la faz de la Tierra! Pero tu derrota será recordada
siempre por el linaje habiro de YHVH. –¡Crack!, sonó lúgubremente el espinazo
de Nimrod al partirse.
–Ja, Ja, Ja, –reía cínicamente Kokabiel–. Sí que te va bien ese nombre:
“Nimrod, el Derrotado”. Así serás recordado, perro Nimrod. Ja, Ja, Ja. ¡Ahhaha!
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