Page 344 - El Misterio de Belicena Villca
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ciudad del desierto. Sin embargo, estos extraños ambientes no pudieron ser
                 debidamente apreciados por los Kassitas  pues la lucha comenzó tan pronto
                 ingresaron en la primera sala. Allí un grupo de los “Guardianes del Umbral”, Hiwa
                 Anakim, semejantes a los que Nimrod decapitara momentos antes, les cerraban
                 el paso.
                        A pesar de poseer aspecto fiero, y de ser bastante grandes en tamaño,
                 esos engendros de la magia negra no son muy efectivos para la lucha. Han
                 nacido de la cópula entre los Dioses Traidores y las hembras del animal hombre
                 en la ceremonia del Sabbat,  que es antiquísima, de  la Epoca en que dichas
                 prácticas destruyeron a la Atlántida. Muchos millares de tales seres demoníacos
                 viven en Chang Shambalá (o Kampala o Dejung, etc.), son totalmente imbéciles y
                 sirven en los “Ejércitos” de la Gran Fraternidad Blanca. Empero, hay personas
                 más imbéciles que los  Hiwa Anakim:, son quienes al verlos los toman por
                 “Angeles” o “extraterrestres”.
                        Los Guardianes rodeaban a un anciano  calvo, semidesnudo, de raza
                 amarilla, que parecía un habitante de las lejanas montañas Kuen Luen. Tenía en
                 sus manos un  Dordje o Cetro de Poder, esto es, un transductor poderosísimo
                 que permite operar a modo de “llave” o  “gatillo” en toda la gran maquinaria
                 resonante que es el Universo material. El Cetro, una vara con cabeza esférica de
                 piedra, emitió un rayo bermejo que golpeó secamente el  pecho del General
                 Ninurta arrojándolo fulminado en el piso. Pero el Enemigo  no tuvo tiempo de
                 alegrarse de este golpe pues una certera flecha atravesó el corazón del Demonio
                 amarillo provocando, tan extraordinaria respuesta, gran confusión entre los Hiwa
                 Anakim. Ahora el choque se hizo inevitable; mientras unos Demonios arrastraban
                 el cadáver del viejo hasta el “Aula del Aprendizaje”, otros se dirigían, espada en
                 mano, hacia los guerreros Kassitas. Una  lluvia de flechas mágicas cayó sobre
                 ellos, pero en ambiente tan reducido pronto la distancia se acortó y hubo que
                 pelear cuerpo a cuerpo. Ya habían caído varios Demonios acribillados y algunos
                 más no tardaron en seguirlos por el efecto de las espadas Kassitas. Nimrod abrió
                 un claro entre los atacantes y, seguido de su escuadra, pasó a la siguiente sala.
                 Allí la lucha se hizo encarnizada y  se vio que el número de Demonios era
                 elevado.
                        Pero Nimrod estaba enfervorizado. Había distinguido, a través de la
                 segunda sala, a un personaje resplandeciente, que dirigía el ataque. Se asomaba
                 por momentos al Templo de la Sapiencia desde una puerta que parecía dar a un
                 amplio patio, pero luego  de gritar órdenes se apartaba para dar paso a otros
                 torpes Hiwa Anakim. Era un Nefilim, uno de los “Dioses Traidores”, pero Nimrod,
                 impresionado por su aspecto Divino y sus grandes alas blancas, le tomó por el
                 mismo Enlil. Apuntó cuidadosamente y disparó cuando la imagen del Nefilim se
                 dibujó en la puerta. La flecha trazó una suave curva en el espacio y fue a dar
                 directamente al pecho del Demonio, rebotando como si hubiese pegado contra
                 una roca.
                        –¡Perro Nimrod! –gritó el Nefilim con  el rostro desfigurado por el odio–.
                 ¿Así respondes a nuestra oferta? Ahora morirás, tú  y todos los tuyos. Serán
                 pasto de nuestros Hiwa Anakim que, por cierto, tienen buen apetito.
                        Dicho esto se apartó  de la puerta, mientras un tropel de Demonios
                 irrumpían hacia Nimrod mientras éste observaba horrorizado cómo muchos Hiwa
                 Anakim se entregaban a devorar ferozmente a los guerreros caídos. Esta visión
                 arrancó un grito de espanto al Rey Kassita y mientras su espada mantenía a raya

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