Page 342 - El Misterio de Belicena Villca
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niños. Eran dos rosas rojas con un trozo de tallo espinoso cada una, pero nadie
las reconoció como tales pues todavía no existían las rosas sobre la tierra, y es
probable que aquellas eran las primeras que veían ojos humanos desde el
hundimiento de la última Atlántida. La Iniciada las arrojó despectivamente a los
pies de Kus y todos regresaron junto al Zigurat donde, en ese medio día
interminable, se erguía el gigantesco espino.
La Elite de doscientos arqueros habían ya trepado por el espino Enlil y
penetrado en la negra abertura. Quedaba alrededor del Zigurat el resto del
Ejército Kassita: la infantería, los zapadores, los lanceros y auxiliares, y
numerosos arqueros que no pertenecían a la Elite. También estaban varias
escuadras de guerreros de otras ciudades que habían venido a Borsippa como
escoltas de Embajadores y Nobles. Y todos levantaban el puño hacia el Cielo y
gritaban: –¡Kus, Nimrod; Kus, Nimrod! –alentando a su, ahora, invisible Rey y
deseando íntimamente recibir la orden de trepar por el espino para colaborar en
la lucha. Varios Príncipes y Jefes militares estaban junto a las tropas, pero nadie
se hubiese atrevido a dar ninguna orden sin recibir antes señales de Nimrod o de
Ninurta.
Acompañaba a la gritería de las tropas un coro de mujeres y niños, que
componían el resto del pueblo. Pero los pastores habiro, por supuesto,
continuaban atemorizados, invocando en voz baja a Yah, El, Il, Enlil, su amado
Demiurgo. Y las Iniciadas, que tímidamente primero, y luego con cierta urgencia,
habían subido a la torrecilla superior para indagar sobre la suerte corrida por los
Hierofantes, comprobaban que todos habían perecido. Y por eso lloraban a gritos
y maldecían al siniestro espino. Pues los Iniciados que no murieron cuando la
terrible lengua de fuego abrasó la torrecilla estaban ahora ensartados en gruesas
y largas púas que cubrían la totalidad del recinto azul. ¡El pueblo Kassita había
perdido a la Elite de Iniciados cainitas; su suerte estaba ahora solamente en
manos del Rey Nimrod!
Pero entonces, el sonido del cañón OM comenzó a invadir el ámbito de la
ciudad y pronto se hizo tan insoportable que muchos cayeron al suelo
desmayados de dolor. Una nueva nube de vapor geoplasmático, ahora brotando
del suelo de Borsippa, se propagó rápidamente. La niebla subió hasta una altura
igual a la mitad de un hombre y cubrió a los que se desplomaron sin sentido. Los
primeros en rodar, casi instantáneamente, fueron los habiros; hombres y mujeres;
niños y ancianos; todos caían en el acto, fulminados por el penetrante sonido. Y a
continuación ocurrió, quizá, el penúltimo gran fenómeno de ese día glorioso.
De pronto, tan misteriosamente como se había formado, la niebla comenzó
a disiparse dejando al descubierto a numerosos hombres y mujeres que yacían
tendidos en el suelo o que intentaban levantarse. Pero el prodigio era que los
habiros, en su totalidad, habían desaparecido. Y el sonido diabólico, el
monosílabo de El, también cesó en ese momento.
Los Kassitas, al comprobar que los habiros no estaban a la vista pensaron
que habían huido pues muchos de ellos eran sus esclavos o sirvientes y esta
presunción aumentaba su furor. Pero los habiros no habían huido: toda su
comunidad experimentó los efectos selectivos del cañon OM cuyo sonido,
convenientemente afinado, tiene la propiedad de producir la teletransportación.
En lugares distintos, a muchas millas de distancia, se “encontraron” los pastores
habiros al recobrar el conocimiento y si bien al principio maldecían a Nimrod y a
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