Page 341 - El Misterio de Belicena Villca
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promesas sólo buscan perdernos –levantó su mano, de la cual manaba
                 abundante sangre– ¡Aquí está mi sangre, que es la más pura del mundo! Con ella
                 trazaré el Signo HK en este estandarte infernal y luego entraremos a matar a los
                 Demonios. ¡Nuestro Signo es invencible!

                        Con su dedo pulgar derecho, embebido en sangre, dibujó el Signo del
                 Origen e instantáneamente pareció como si un fuego consumiese a los siete
                 triángulos encantados.
                        –¡Matemos a los Demonios! –gritaron a coro todos los guerreros.
                        Sin embargo no alcanzaron a ingresar al túnel. Aún humeaban en el suelo
                 los restos de los estandartes cuando  los Demonios de Shambalá, que
                 observaban ocultamente la  reacción de los Kassitas, se dispusieron a emplear
                 una de sus terribles armas atlantes: el “cañon OM”. Primero fue un sonido suave,
                 penetrante y agudo, como el cantar de la cigarra. Luego comenzó a subir de tono
                 y de volumen hasta hacerse irresistible.
                        –¡Isa, Isa! –gritaron a dúo Nimrod y Ninurta. Efectivamente, descendiendo
                 de lo alto por las espinas del árbol Enlil, estaba a la vista el espectro de la
                 princesa Kassita. Los miraba fijamente y parecía hablar enérgicamente pero, en
                 un primer momento, nadie oyó nada,  pues el monosílabo de El emitido
                 intensamente había aturdido a casi todos. Sin embargo era impresionante la fe
                 que los Kassitas sentían por la Iniciada de Kus y quizá esta confianza hizo que
                 pronto oyeran, o creyeran oír, sus instrucciones.
                        –¡Poneos atrás de Nimrod y de Ninurta! Observad fijamente el Signo de
                 HK que tienen grabado en sus espaldas y dejad que fluya en vosotros la Voz de
                 la Sangre. Su rumor apagará cualquier  cosa que os perturbe. Y vosotros,
                 valientes Jefes: tenéis un arma poderosa; veréis que ella os protege. Miradme a
                 mí y confiad, que pronto cesará vuestro dolor.
                        Dando un salto hasta el Rey y el General la Iniciada puso sus manos en
                 las cabezas de aquellos Héroes produciendo la exaltación  de una como aura
                 brillante en torno de sus cuerpos. Esta operación produjo evidente alivio pues un
                 segundo después ambos estaban maldiciendo, aunque no lograban aún oír sus
                 propios juramentos.

                        Mientras en el Cielo ocurrían los sucesos que acabo de narrar, abajo, junto
                 al Zigurat, el resto del pueblo vivía curiosas experiencias. Cuando Nimrod arrojó
                 las cabezas de los Demonios la algarabía fue muy grande y poco tiempo después
                 las mismas pendían ensartadas en sendas lanzas. Estas cabezas eran bastante
                 más grandes que las de un hombre normal, aunque no llegaban a doblarla en
                 volumen. Los cabellos rubios y largos enmarcaban un rostro cuadrado, de ojos
                 rasgados y negros y enorme nariz ganchuda. La boca era de labios carnosos,
                 detalle que se apreciaba perfectamente pues los Demonios carecían de barba.
                        Las picas fueron clavadas ante la imagen de Kus mientras las Iniciadas
                 transportaban los enormes cuerpos para proceder, ante el Dios de la Raza, a
                 arrancar el corazón de los Demonios. Una Iniciada hizo la abertura en el blanco
                 pecho y extrajo el corazón, que curiosamente se hallaba en  el lado derecho.
                 Luego quitó el órgano al otro Demonio y elevó las sangrientas vísceras en sus
                 manos para que el pueblo las viera. Y aquí ocurrió un enésimo prodigio pues, al
                 contacto con el aire, los corazones se transformaron en flores, con el
                 consiguiente espanto por parte de la muchedumbre integrada por hombres y

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