Page 378 - El Misterio de Belicena Villca
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Skiold por Voluntad de los Dioses. Y fue por eso que se hicieron a la mar en los
220 drakkares. En síntesis, la Casa de Skiold constituía una familia de Iniciados
Hiperbóreos, y no debe extrañar que al partir, tanto el Rey Kollman, como su
Reina y numerosos Noyos y Vrayas, fuesen Hombres de Piedra.
A pesar de haberse impuesto sin problemas a los toltecas y de contribuir
profundamente a mejorar su civilización, diez años después el pueblo de Kollman
continuó viaje hacia el Sur, quedándose con los toltecas aquellos que habían
cometido el “pecado racial” de aparearse con ellos. Navegarían hasta Venezuela.
Marcharían luego en dirección al Oeste, atravesando Venezuela, Colombia y
Ecuador, y llegarían hasta Quito, desde donde navegarían nuevamente con
rumbo al Sur. Desembarcarían en Tacna, y subirían las montañas del Este, hasta
ganar la meseta de Tiahuanaco y el lago Titicaca. Era ése el lugar que indicaba la
Piedra de Venus.
En Tiahuanaco los skioldanos encontraron una ciclópea ciudad de piedra a
medio construir, una especie de obrador de los Atlantes blancos. Junto a las
ruinas, edificaron una población que sería cabeza de un Imperio. Y en la Isla del
Sol, levantaron un Templo a la Deidad local, ya que ellos mismos se habían
presentado a los collas, aimaraes y otros indios, como “Hijos del Sol”. El Imperio
vikingo de Tiahuanaco prosperó y se expandió hasta el siglo XIV, hasta que se
desató la segunda parte del drama racial de la Casa de Skiold. En aquel siglo, en
efecto, los skioldanos, a quienes ya se denominaba “Atumurunas” por su piel
blanca y su predilección por la Luna Fría, habían dominado a todos los pueblos
de indios que habitaban en las cercanías. Uno solo se resistía, y no por sus
propios méritos sino porque los Atumurunas dudaban entre saberlos libres y
lejos, o someterlos a vasallaje y tener que tratar con ellos. Ese pueblo era el de
los Diaguitas, y la aprehensión de los vikingos procedía de un rechazo casi
epidérmico, esencial a las costumbres y cultura de aquéllos. El caso era que, si
bien la masa de indios pertenecía efectivamente a las etnias americanas, la casta
noble y sacerdotal que los regía tenía origen mediterráneo o, con más precisión,
provenía de Medio Oriente: en los museos de Santiago del Estero, Catamarca,
Salta, Tucumán, o Tilcara, pueden verse hoy día cientos de cerámicas y torteros
escritos en arameo y hebreo, que aseveran esta afirmación.
Así es, Dr. Siegnagel. La nobleza diaguita ostentaba la más rancia
prosapia hebrea y, sus Sacerdotes, se consideraban como los más celosos
defensores del Pacto Cultural y del Sacrificio Uno. Profesaban un odio mortal
contra los vikingos y vivían permanentemente hostilizando las fronteras del
Imperio. Pero siempre se los había controlado; por lo menos hasta el fatídico año
1315. Ese año, un alzamiento generalizado de tribus diaguitas se produjo desde
la Quebrada de Humauaca hasta Atacama, en Chile, sin que hubiese un motivo
justificable por parte del Imperio. Las noticias que llegaban indicaban que el Gran
Cacique Cari había recibido la visita de dos Enviados del Dios Uno, Berhaj y
Birchaj, quienes los incitaron a la guerra contra Tiahuanaco; Ellos le
aseguraron el Triunfo porque los Diaguitas, decían, pertenecían al Pueblo
Elegido por El, y no podían perder. Motivados de esa forma, los feroces
indígenas avanzaron irresistiblemente tras los límites del Imperio, y sitiaron
Tiahuanaco. Los vikingos, finalmente, buscaron refugio en la Isla del Sol,
mientras que los Atumurunas Iniciados, es decir, los Hombres de Piedra, se
introducían en la Caverna Secreta Atlante de la Isla de la Luna, Koaty.
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