Page 375 - El Misterio de Belicena Villca
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no estaba totalmente interrumpido: una salida secreta, sólo apta para Iniciados
                 Hiperbóreos, permitía atravesar el obstáculo. Pernoctaron allí y fueron
                 persuadidos por el anciano para que dejasen los animales y equipaje, ya que no
                 podrían transportarlo a la Isla. Al día siguiente pasaron por la salida secreta,
                 previa libación del misterioso brebaje por parte de los cuatro catalanes y los
                 cincuenta guerreros que ahora los acompañaban: los Señores de Tharsis, en
                 cambio, sólo tenían que situarse frente a la Piedra y escuchar las Vrunas de
                 Navután en la Lengua de los  Pájaros; ellas les indicaban  qué movimientos
                 estratégicos deberían hacer para aproximarse correctamente a la salida
                 secreta y traspasar el Velo de la Ilusión. Del otro lado de la montaña se
                 encontraron a sólo cinco leguas de la orilla del lago, en dirección al puerto de
                 Carabuco. Corría entonces junio de 1535.
                        Embarcar en las piraguas de totora constituyó una experiencia original
                 para los españoles, aunque los desconfiados catalanes temían irse a pique en
                 cualquier momento. Sin embargo, seis horas después recalaban sin problemas
                 en la Isla de la Luna. Bajaron sobre una pequeña playa, de no más de diez pies
                 de Castilla de ancho, bordeada por un prominente barranco de 200 varas de
                 altura: un angosto y visible camino en zigzag permitía subir hasta la cumbre del
                 despeñadero, desde donde se extendía la superficie habitable de la Isla. De
                 acuerdo a las explicaciones de  los Amautas, sobre la Isla  Koaty existía un
                 poblado fortificado y un Templo. Pero ellos no iban a la superficie.
                        Cuando todos hubieron descendido en la  playa, el Atumuruna les reveló
                 que habrían de atravesar otra entrada secreta, que se hallaba allí mismo en la
                 pared del barranco. Nuevamente, los Hombres de Piedra localizaron las Vrunas y
                 los catalanes tuvieron que ser drogados. Más allá de la Ilusión del Barranco,
                 había un penumbroso túnel, revestido íntegramente de bloques de piedra, que
                 declinaba en rampa y se hundía en las entrañas de la Isla. Durante veinte
                 minutos continuaron bajando, hasta que el túnel se estabilizó y los condujo al
                 umbral de una puerta custodiada por dos Amautas del Bonete Negro: al ver a los
                 recién llegados, uno de ellos golpeó un enorme gong de plata con una maza que
                 portaba entre sus manos. Un espectáculo inusitado se ofreció de pronto ante la
                 azorada mirada de los españoles. Comprendieron así, que se hallaban frente a
                 una caverna de titánicas dimensiones, tan grande que todo un poblado cabía en
                 ella: y el sonido del gong había alertado a todos los pobladores, que ahora salían
                 masivamente de las viviendas para observarlos con curiosidad. Casi todos,
                 notaron los Señores de Tharsis, pertenecían a la misma Raza mestiza de los
                 Amautas. La salida del túnel daba a un pasillo elevado desde el cual se dominaba
                 gran parte de la caverna,  la que no estaba mejor  iluminada que  el corredor
                 anterior: bajo sus pies se desplazaban  cientos de modestas casas de piedra,
                 separadas por calles y plazas, distinguiéndose de tanto en tanto unos edificios
                 más grandes, que debían ser Palacios y  Templos. El Atumuruna les hizo
                 indicaciones para que lo siguieran y tomó por el pasillo, desde el cual partían de a
                 trechos unas escaleras talladas en la roca para descender al poblado.
                        El pasillo dio una curva abierta y los situó adelante de un edificio que quizá
                 fuese el mayor de la ciudad: una amplia escalera, flanqueada por dos tigres de
                 piedra, permitía llegar hasta él. En la puerta los aguardaban un grupo de hombres
                 de diversas edades, pero de vestimenta y Raza semejante al anciano Atumuruna.
                 Todos demostraban una intensa alegría por la presencia de los Señores de
                 Tharsis, y algunos, sin  poderse contener, se adelantaban y les estrechaban el

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