Page 371 - El Misterio de Belicena Villca
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Aquéllos, sin inmutarse, bajaron de sus asientos y se entregaron a unos extraños
                 preparativos. Los Hombres de Piedra, asombrados aún por la detención,
                 observaron con más detenimiento la  pared montañosa y entonces, casi
                 simultáneamente, comprendieron lo que ocurría: se encontraban en presencia
                 de una entrada sellada por las Vrunas de Navután, una entrada similar a la
                 de la Caverna Secreta del Cerro Candelaria, en la lejana Huelva. Ahora las
                 Vrunas eran claramente perceptibles para  ellos y hubiesen podido atravesar la
                 pared en un instante,  con sólo aproximarse estratégicamente a la abertura
                 oculta. Mas, no se les escapaba que sólo los Iniciados Hiperbóreos son capaces
                 de efectuar aquella operación: en la Casa de Tharsis sólo unos pocos entre miles
                 de descendientes habían conseguido hacerlo y eso les valió el ser considerados
                 Noyos o Vrayas. ¿Qué harían entonces?  ¿Dejarían abandonados a los cuatro
                 catalanes?; y, lo más intrigante: ¿cómo pasarían aquellos rudos guerreros, que a
                 todas luces se veía no eran Iniciados ni mucho menos?
                        Las respuestas no tardarían en llegar. Uno de los Amautas tomó un
                 recipiente de porongo y, destapándolo, procedió a dar de beber a cada uno de los
                 guerreros de su guardia. Minutos después el brebaje había hecho efecto y los
                 indios estaban como hipnotizados, mirando sin pestañear pero conservando el
                 equilibrio. Evidentemente,  la droga les había privado momentáneamente de la
                 conciencia, pues los Amautas los tomaban por los hombros y los empujaban
                 hasta las rocas de la montaña; y éstos se dejaban conducir dócilmente. Pero lo
                 más admirable para los Señores de Tharsis era el observar cómo los Amautas
                 introducían al guerrero en la entrada secreta y desaparecían en el interior
                 de las enormes piedras, para regresar enseguida a buscar al siguiente.
                        –¡Dioses! –exclamó Lito de Tharsis–. Si nuestra Casa hubiese poseído la
                 fórmula de esa substancia…
                        Al fin sólo quedaron los españoles  de ese lado de la montaña, y los
                 Amautas ofrecieron el porongo haciéndoles señas para que bebiesen. Los seis
                 Hombres de Piedra desistieron de probar la droga, pero forzaron a que lo
                 hiciesen los escépticos catalanes.  Cada uno de ellos sorbió un trago y
                 experimentó, minutos después, un efecto fulminante: cayeron al suelo
                 profundamente dormidos. Hubo, así, que arrastrarlos hasta la entrada secreta,
                 pero inexplicablemente era ahora posible introducirlos en ella.
                        Aquella entrada secreta no daba, como en Huelva, a una caverna sino a
                 un túnel de unos cien metros de longitud, en cuyo extremo surgió un nuevo
                 motivo de sobresalto para los Señores de Tharsis. En efecto, a la salida del túnel
                 se encontraron en medio de una calzada de piedra con murillos a los costados y
                 perfectamente alineadas de Norte a Sur, que se perdía en la distancia hacia
                 ambos puntos cardinales. Sobre los murillos laterales, grabados con signos del
                 alfabeto rúnico futark, se veían a ciertos trechos inscripciones y señales.
                        –No hay dudas que se trata de una lengua germánica. Empero –comentó
                 Lito– este camino tiene todo el aspecto de haber sido construido por los Atlantes
                 blancos. ¡Observad esas piedras! ¡la forma en que están talladas! ¡se trata de
                 auténticos meñires, que sólo Ellos pueden haber plantado!
                        La observación de Lito fue prontamente confirmada por los Amautas:
                 cuando ellos llegaron a esas tierras, muchos siglos atrás, aquel sendero ya
                 estaba. Pero sólo los Iniciados podían acceder a él y por eso se lo llamaba
                 “El Camino de los Dioses”. Los invasores blancos jamás podrían hallarlo,
                 aunque seguramente utilizarían las dos calzadas paralelas que los ingas

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