Page 370 - El Misterio de Belicena Villca
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tierras tan lejanas y desconocidas hablan una lengua germánica? Por el
momento no tengo las respuestas.
–Pero ¿qué haremos ahora? –preguntó Roque.
–Pues, parece que los Amautas del Bonete Negro deben conducirnos
hacia algún sitio. Supongo que los custodios de esta fortaleza estarán conformes
con que nos vayamos cuanto antes, dado que la presencia de los nombrados no
les agrada en absoluto, y las nuestras, después de la matanza que hemos hecho,
no ha de caerles nada simpática. Propongo que salgamos a la plaza, y nos
mantengamos lo más cerca posible de los Amautas.
Así recogieron el equipaje, y, tomando a los caballos por la brida, fueron
saliendo lentamente hacia el extenso patio donde los Amautas se hallaban
esperando, acomodados en los asientos de las literas. Lito fue a la otra casa, y
comprobó con pesar que el Noyo ardía de fiebre y que la pierna herida estaba
gravemente hinchada. Llevándolo en sus brazos, se unió a los Hombres de
Piedra y les dijo:
–No podemos partir sin curar a Guillermo. Lavaremos su herida con agua
caliente y vinagre, del cual todavía nos quedan unas gotas.
Procedió, entonces, a solicitar agua, tratando de hacerse comprender por
los Amautas, pero éstos, no bien advirtieron el estado del Noyo, dieron varias
instrucciones a los muiscas y aquéllos se dedicaron a la curación: en un brasero
de piedra, colocaron un recipiente con agua al que agregaron las enormes hojas
de una planta muy verde; luego de hacer hervir el potaje, lavaron con su jugo, la
herida, a la que cubrieron con hojas de la misma clase; y después de vendar
cuidadosamente, trajeron una especie de camilla compuesta de dos largas varas
y tela transversal, acostaron al Noyo, y dos guerreros de la guardia real lo
cargaron rumbo a la puerta de la fortaleza: los muiscas no disimulaban la
urgencia que tenían por ver a los extranjeros fuera de sus murallas.
Quincuagesimoctavo Día
Los Amautas iban custodiados por dieciséis guerreros que se alternaban,
de a ocho, para cargar las literas. A ellos se sumaron los seis Señores de Tharsis
y los cuatro catalanes sobrevivientes: al indio baqueano no se le permitió viajar y
hubo que dejarlo con los muiscas. De la última escaramuza habían salvado ocho
caballos y dos de los dogos españoles, además de las jaulas con los pollos de
Castilla y la totalidad del equipaje.
Seguían a los Amautas por una estrecha senda que se dirigía en línea
recta hacia el Este, ascendiendo permanentemente por la Cordillera Oriental. Un
día después, luego de pernoctar en una gélida caverna a 3.500 metros de altitud,
ganaron la cumbre de una sierra que partía como brazo de la cadena principal.
Todo indicaba que allí se iniciaría el descenso, pero los sucesos inmediatos
desmentirían aquella presunción. De pronto, a la vuelta de un recodo, el camino
concluyó bruscamente frente a una impenetrable pared de piedra: la montaña se
levantaba ante la caravana impidiendo su paso. Cualquier europeo, en situación
semejante, habría dado media vuelta y buscado otro camino que franqueara el
obstáculo: eso sería lo lógico. Pero estaba visto que los Amautas del Bonete
Negro, como los Señores de Tharsis, no se regían por los principios de la Lógica.
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