Page 365 - El Misterio de Belicena Villca
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en la selva, descontentos de marchar  inútilmente tras una riqueza que no
                 aparecía por ninguna parte. Luego de padecer las mil penurias que ofrecen los
                 bosques tropicales, con sus ofidios ponzoñosos, arañas, insectos, tigres feroces,
                 y su vegetación intrincada a la que había que abrir en picada, los invasores
                 experimentaron el cierzo helado de las altas cumbres que rodean el valle Dupar.
                 Y después del descanso, nuevamente la selva caliente, las plagas, y los indios
                 salvajes, que ahora los hostilizaban sin  cesar. Sin embargo, continuaron
                 impertérritamente hacia el Sur, atravesaron los Ríos Apure y Meta, aparte de mil
                 torrentes menores, y se internaron en el  territorio de la actual Colombia. Pero
                 aquel país quedaba fuera de la concesión de los Welser y Federmann no tenía
                 ningún derecho a su exploración.
                        Y hasta entonces no había indicios de que estuviesen en el camino
                 correcto; los pocos indios que consiguieron capturar daban indicaciones
                 imprecisas sobre las ciudades de piedra: al Sur, siempre al Sur; pero hacia el Sur
                 sólo hallaban aldeas miserables e indios de salvajismo sin par, antropófagos y
                 cazadores de cabeza, aborígenes que envenenaban sus flechas y lanzas y los
                 seguían sin descanso, emboscándolos  permanentemente, atacándolos por la
                 retaguardia al marchar y en los campamentos al descansar. Tras un año y medio
                 de avanzar en aquel sentido, diezmados, convertidos la mayoría de los hombres
                 en esqueletos vivientes cubiertos de harapos, se imponía a criterio de Federmann
                 la decisión de regresar; en caso contrario no podría impedir ya el amotinamiento
                 de los sobrevivientes o su deserción: de los cien hombres de su tropa sólo
                 quedaban vivos cincuenta, y la mayoría en estado deplorable.
                        Los Señores de Tharsis, por su parte, soportaron con estoicismo la
                 campaña y sólo perdieron tres soldados catalanes; pretendían seguir hacia el
                 Sur, pero no encontraban forma de persuadir  al alemán. Finalmente, ante su
                 irrevocable determinación, optaron por una solución heroica, a la que Nicolaus no
                 se pudo tampoco negar: se quedarían allí y continuarían solos con la búsqueda.
                 El plan era poco menos que suicida, pero como ninguna de las partes estaba
                 dispuesta a ceder, Nicolaus de Federmann aceptó dejarlos ir en secreto,
                 simulando un extravío que evitaría problemas con los Welser o el cargo de
                 deserción. Así fue como un día, se separó de la columna cansina la vanguardia
                 española de Tharsis y se perdió para siempre, pues ni los alemanes de la Casa
                 Welser, ni los españoles del Reino, los volvieron a ver jamás.
                        Nicolaus de Federmann prosiguió con sus exploraciones, siempre
                 desobedeciendo las órdenes de Georg de Spira. En 1539, junto con Jiménez de
                 Quesada y Sebastián de Belalcazar, Gobernadores de Santa Marta y de Quito
                 respectivamente, con quienes se encontró en plena selva, fundó la ciudad de
                 Santa Fe de Bogotá. Luego emprendió con los mencionados capitanes un viaje a
                 Cartagena de Indias y de allí pasó a España con Quesada. Aunque descubridor y
                 explorador de tierras, no consiguió riqueza alguna y volvía prácticamente
                 arruinado. No obstante, cuando llevó a los Señores de Tharsis las noticias sobre
                 la suerte corrida por Lito y los Hombres de Piedra, aquéllos lo recompensaron
                 generosamente y lo emplearon en la Villa de Turdes, adonde terminó sus días.









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