Page 364 - El Misterio de Belicena Villca
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visto la Señal y conocía el Secreto del Regreso; pero los Señores de Tharsis
no partirían aún; aguardarían todavía un tiempo más, un instante de la
Historia, hasta la Batalla Final; el Capitán Kiev, un Señor de Venus, les
comunicó que Navután, el Señor de la Guerra, consideraba a su Mundo como el
más Real de todos los Mundos posibles: y en ese Mundo, en este Mundo, ellos
habrían de contribuir a protagonizar la última Batalla de la Guerra Esencial, junto
a Su Enviado, el Gran Jefe Blanco, el Señor de la Voluntad y el Valor Absolutos;
y hacia allí iban los Señores de Tharsis, hacia una plaza liberada
megalíticamente por la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos, un lugar
donde resistirían con la Espada Sabia hasta los días de la Batalla Final; y la
mente regresaba así, nutrida de Determinación y Valor, hasta los Hombres de
Piedra que se alejaban de la costa española en una fragata de la flota de los
Welser.
Quincuagesimoséptimo Día
Apenas internados en el mar, los barcos de Georg de Spira y Nicolaus de
Federmann fueron azotados por terribles tempestades; parecía como si la
naturaleza entera, como si el mismo Creador, se hubiesen propuesto echar a
pique aquella flota. Al fin, un milagro, y la no menos milagrosa pericia de los
capitanes, impidió el naufragio e hizo posible que atracasen en las Canarias,
donde aguardaron mejores vientos para completar la travesía. Ya en Coro, Spira,
cuya ambición por el oro iba pareja con su valor sin límites, organizó una
expedición improvisada de cuatrocientos hombres y partió de inmediato rumbo al
Sur del Lago Maracaibo, lugar en el que ciertas leyendas locales situaban a una
riquísima, e inexistente, ciudad. Dejó a su Teniente General con el encargo de
viajar hasta Santo Domingo a traer lo que faltaba y darle alcance en las serranías
de Carora. Mas Nicolaus de Federmann, que estaba complotado con los Señores
de Tharsis, lejos de cumplir estas órdenes se dispuso también a marchar en
dirección al Sur, pero tomando una ruta mucho más al Oeste, siguiendo la
indicación de unos indios que aseguraban haber visto construcciones de piedra.
Con este propósito, se trasladó a Cabo de la Vela, sobre la costa del Mar
de las Antillas, y embarcó a Santo Domingo, quedando los Señores de Tharsis
con el Capitán Antonio de Chavez y los soldados catalanes. Pronto regresó
Federmann acompañado de ochenta hombres, treinta caballos, pertrechos y
víveres frescos, se unió a ellos, y partieron hacia el Sur Oeste, en abierta
contradicción a las instrucciones de Spira: en lugar de dos frailes domínicos iban
ahora tres, pues la Dama, Violante de Tharsis, había insistido en viajar disfrazada
de ese modo, alegando que “los peligros que la acecharían sola en Coro no
serían, seguramente, menores que los que padeciesen sus familiares en la
expedición”, argumento que convenció a los imprevisibles Hombres de Piedra.
Si la excursión de Spira podía considerarse improvisada, y escasa de
hombres y medios, la empresa de Federmann era simplemente exigua: poco
podían hacer sus cien hombres y cincuenta caballos contra los indecibles peligros
que acechaban en esas tierras agrestes y desconocidas; tampoco alivió la
situación la pequeña tropa de veteranos de Santa Marta al mando del Capitán
Rivera que se les unió en medio del camino: aquellos hombres estaban perdidos
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