Page 381 - El Misterio de Belicena Villca
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cuzqueños: la expansión territorial del Imperio los puso en contacto con pueblos
del Pacto Cultural y sufrieron la influencia de Sacerdotes que transformaron el
Misterio de Viracocha, o Navután, en un mero Culto al Dios Creador. Hubo
entonces “otros” Amautas, es decir, Sacerdotes que usurparon la función de los
Iniciados Hiperbóreos.
El mayor daño, en este sentido, lo produjo la llegada en el siglo XIV de un
conjunto de misioneros católicos procedentes del Brasil, adonde habían
desembarcado luego de cruzar el Atlántico. Los guiaba un Sacerdote de fuerte
personalidad al que los indios paraguayos dieron el nombre de Pay Zumé o Pay
Tumé, nombre legendario que los posteriores jesuitas de las “Misiones”
identificaron con el Apóstol Santo Tomás o Santo Tomé. Los ingas, en cambio,
aceptaron su prédica y la equipararon con su Dios Tunupa, uno de los Aspectos
de Viracocha. Las certeras medidas que tomó para destruir la religión de los
Atumurunas indican que no había arribado al Cuzco por mero azar sino que era
un Enviado de la Fraternidad Blanca. Aquel Sacerdote logró imponer el culto a la
Cruz, al Crucificado, a la Madre de Dios y a la Trinidad de Dios, creencias que
aún se mantenían más o menos deformadas en los tiempos de la conquista
española. Esto fue sin dudas nefasto para la vitalidad espiritual de los ingas, pero
el mal más grande provino de la introducción del sacrificio ritual y del cambio de
significado de la Apacheta.
En la Epoca del Imperio de Tiahuanaco, un Atumuruna llamado Sinchiruca
enseñó a los indios una variante del Culto del Fuego Frío. En tal Culto las piedras
de la Apacheta representaban a los Grandes Antepasados, Achachila Apacheta,
mientras que un peñasco especial era la Piedra Fría, la Piedra poseedora del
Signo Huañuy o Signo de la Muerte. La Rumi Huañuy estaba también en el
Corazón del hombre, en su Alma, y a ella permanecía encadenado el Espíritu
Increado: por eso en la Ceremonia Tocanca, al escupir el acuyico de coca sobre
el Rumi Huañuy, se expresaba el deseo de separación de lo anímico y lo
espiritual, la transferencia de lo anímico a la Piedra. Pero, por sobre todo, la
Apacheta era un altar, un “lugar alto”, consagrado a la Madre de Navután, la
Diosa Ama, la Virgen de Agartha, la Diosa que entregó la Semilla del Cereal a los
hombres, es decir, la Diosa que los indios conocían como Pachamama. Cuando
el indio transitaba por un sendero, y llegaba a un cruce o encrucijada de caminos,
depositaba una piedra en la Apacheta y dejaba su acuyico de coca, o
simplemente colocaba un guijarro mojado con su saliva: la Pachamama,
entonces, “mataba” su cansancio, “destruía” su fatiga, “quitaba” el dolor,
aquello que es propio de la condición humana, vale decir, “liberaba” al
Espíritu de la naturaleza anímica o animal; y “orientaba” al viajero en el
Laberinto de Ilusión que reflejaba la encrucijada. Pero cuando el indio escuchaba
las Vrunas de Navután, la Voz de Viracocha, en cualquier lugar que fuese, caía
como fulminado y se decía que estaba apunado: entonces era el momento de
levantar un altar a la Pachamama y allí mismo se depositaban las piedras de la
Apacheta.
Como dije, la Doctrina de Pay Zumé alteró el significado estratégico de la
Apacheta, coincidiendo en esto con los Diaguitas hebreos, que habían
introducido modificaciones semejantes en los territorios conquistados a los
Atumurunas. El cambio consistió en transformar el Culto del Fuego Frío en Culto
del Fuego Caliente y en identificar a la Pachamama con la Gran Madre Binah. Se
convirtió de ese modo, al estilo de la decadencia romana, la Apacheta en un altar
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