Page 385 - El Misterio de Belicena Villca
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–¡Sieg Heil, Gott Küv! –respondieron los Atumurunas, efectuando
igualmente el bala mudra que, era el antiguo saludo secreto de la Casa de
Skiold.
Los Atumurunas cumplieron al pie de la letra las directivas del Señor de
Venus. Desde ese momento, un aceitado mecanismo destinado a detectar a los
viajeros se montó en el extremo Norte del Imperio ingaico. Y fue su
funcionamiento, tal como relaté, lo que permitió a los Señores de Tharsis zafar el
sitio muisca, que constituía una segura trampa mortal. Con la llegada de los
Señores de Tharsis a Koaty, haciendo realidad los anuncios del Señor de Venus,
concluía el relato de Tatainga. A continuación, Lito de Tharsis narró lo mejor que
pudo la historia de la Casa de Tharsis, despertando mucho interés en los
Atumurunas el conocimiento de las maniobras asesinas de los Inmortales Bera y
Birsa, y la identidad y misión de Quiblón. Deberían ahora partir juntos hacia el
Sur, y marchar hasta una fortaleza o Pucará, llamada Humahuaca, en la que se
separarían: no se verían más en esa vida, pero se reencontrarían durante la
Batalla Final, cuando el Señor de la Guerra convocase a los Hombres de Honor
para luchar contra las Potencias de la Materia.
La Princesa Quilla tenía cabellos rubios y ojos celestes, en tanto que
Violante contrastaba con su cabello negro y ojos verdes; pero ambas exhibían
una piel tan blanca como la nieve. Quilla ya estaba preparada para convertirse en
esposa de uno de los Señores de Tharsis, pero la noticia de que tendría que
abandonarlos por disposición de los Dioses sorprendió y entristeció a Violante de
Tharsis. Sin embargo no renegó de su misión, aunque expuso claramente su
descontento. De allí que los dos frailes domínicos decidiesen quedarse junto a
ella y ligar su suerte a la Estirpe de Skiold: con la compañía de sus parientes,
Violante podría sobrellevar mejor la separación. Pero además, Lito ordenó a los
cuatro catalanes que siguiesen a su Ama y jamás la abandonasen; les dijo sin
rodeos que nunca regresarían a España si cumplían tales órdenes, pero que de
obedecerlas, serían tratados como integrantes de la Nobleza por el Pueblo de la
Luna. Los Atumurunas deseaban llevar consigo a los catalanes y les ofrecían, por
esa única vez, la posibilidad de tomar esposas de entre las Vírgenes de la Luna.
A todo se avinieron los recios soldados españoles, a quienes entusiasmaba la
perspectiva de convertirse en Señores de aquel pueblo misterioso y velar por la
seguridad de su Reina, Violante de Tharsis.
Llegados a un mutuo acuerdo, sólo faltaba ponerse en marcha y evacuar
Koaty, dando así cumplimiento a las directivas del Dios Küv. En tales
preparativos estaban, cuando los espías que permanentemente les informaban
sobre la situación en el Imperio, transmitieron una noticia que los obligó a apurar
la partida: el Capitán Diego de Almagro acababa de salir de Cuzco al mando de
500 hombres con dirección al Sur. Entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro
había surgido una agria disputa sobre los límites que a cada uno correspondía en
el reparto del Imperio ingaico: Diego de Almagro pretendía que la Ciudad de
Cuzco se encontraba comprendida en sus dominios. El astuto Pizarro consiguió
dilatar la definición del conflicto persuadiendo a su socio de que existía hacia el
Sur un país aún más rico que el Reino de los Ingas, un botín que tornaría carente
de sentido la discusión sobre el Cuzco. Fue así que el iluso Almagro armó aquel
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