Page 387 - El Misterio de Belicena Villca
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regresasen al frente de sus pueblos para ajustar las cuentas a los representantes
                 de las Potencias de la Materia, a los discípulos de la Fraternidad Blanca, al
                 Pueblo Elegido; de la  Fraternidad Blanca y de los Dioses Traidores,
                 naturalmente, se ocuparían los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, quizás el
                 mismo Lúcifer en Persona. Violante y los dos frailes se confundieron en
                 expresivos abrazos y se prodigaron de  besos con Lito, Roque y Guillermo:
                 ninguno pudo evitar que las lágrimas surcaran sus duros rostros, aunque
                 simultáneamente reían con salvaje alegría; las órdenes de los Dioses se
                 cumplían y eso era lo  importante. Por escena semejante pasaban los
                 Atumurunas, que debían despedir a su única pariente, la Princesa Quilla; pero
                 ella era una ruda vikinga y no requirió la compañía de nadie;  por el contrario,
                 exigió que todos sus familiares se trasladasen cuanto antes al Externsteine del
                 Valle Magno. Con los Señores de Tharsis, para custodiarlos y guardar el Pucará
                 de Tharsy, irían  en cambio 50 familias del Pueblo de la Luna. Una semana
                 después de haber llegado, y en momentos en que Almagro se hallaba en Tarija,
                 los viajeros retomaron la marcha.

                        Todo sucedió según lo deseaban los Señores de Tharsis. Almagro fue
                 despistado por los Indios y perdió el  rastro de los fugitivos. Luego de una
                 infructuosa búsqueda en territorio argentino pasó a Chile, tras diez meses de
                 penosa marcha, comprobando que en ninguna parte aparecía el rico Imperio
                 descripto por Pizarro. En setiembre de 1536 regresó, por fin, a Cuzco, con sus
                 tropas diezmadas y cansadas de tan inútiles travesías. Se consumaba entonces
                 una insurrección general que había puesto sitio a  Cuzco y amenazaba con
                 reducir a desastre la conquista española. La presencia de Diego de Almagro puso
                 en fuga a miles de indios y salvó de una muerte segura a Francisco y Hernando
                 Pizarro, lo que no impidió que este último le aplicase el garrote en 1538, luego
                 que perdiese la batalla de las Salinas.

                        La custodia de los Señores de Tharsis y la Princesa Quilla se componía de
                 5 Amautas del Bonete Negro y 45 Quillarunas, con sus familias. Los Amautas
                 gozaban de gran autoridad en  el Imperio ingaico y por eso no hubo
                 inconvenientes para que las guarniciones de los Pucará cumpliesen sus órdenes:
                 todos recibieron la consigna de abandonar sus puestos y regresar a Cuzco,
                 evitando cruzarse por el camino con los españoles ya que éstos los reducirían a
                 la esclavitud. Y los españoles, carentes de la Sabiduría Hiperbórea, nada podrían
                 hacer con aquellas fortalezas cuya construcción se basaba en el principio del
                 Cerco y la Muralla Estratégica; de hecho, aunque las ocupasen militarmente,
                 jamás podrían advertir los meñires exteriores, las  piedras referenciales, que
                 permanecerían invisibles aún cuando estuviesen parados junto a  ellas. Lito de
                 Tharsis, siempre guiado por los Amautas,  dejó atrás el Pucará de Andalgalá y
                 soportó con los suyos las heladas inclemencias de los Nevados del Aconquija:
                 del otro lado de esa sierra se abre el Valle de Thafy. Al aproximarse al Pucará,
                 una mirada en torno le bastó para confirmar que aquél era el lugar buscado, la
                 imagen Lítica que la Piedra de Venus le mostrase en la Caverna Secreta de
                 Huelva. Claramente se divisaba la fortaleza, de forma Vrúnica, y fuera de ella el
                 cromlech, o castro, en cuyo interior se elevaba el poderoso meñir de Tharsy; al
                 fondo, el hilo de agua de un pequeño río regaba las estériles piedras del Valle,
                 procedente de un abra entre las montañas lejanas.

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