Page 513 - El Misterio de Belicena Villca
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sudamericano, más cercano de un capo mafioso que de un estadista genial
como el “Duce”. El Fascismo, el Nacionalsocialismo, el Tradicionalismo japonés,
Sistemas completos de Filosofía Política, aparecen en la pluma de los Publicistas
de la Revancha, desprovistos de su contenido místico, espiritual e intelectual,
reducidos a burdos esquemas totalitarios, y los líderes de estos movimientos son
presentados como casos patológicos.
Por estas razones el relato de tío Kurt tenía la doble virtud de iluminarme
sobre un período oscuro de la Historia reciente, que él vivió intensamente y de
permitirme verificar lo que Yo sospechaba desde que comencé a dudar de las
“virtudes espirituales” de unas “Potencias aliadas” que han hundido al mundo en
el materialismo y la decadencia. Esto es: que los Grandes Sistemas Nacionalistas
mencionados, especialmente el Nacional-socialismo, ocultaban una corriente
espiritual poderosa y secreta tras la fachada de sus respectivas organizaciones
políticas. En un trasfondo esotérico, celosamente ocultado por los feroces
vencedores, existía una luz espiritual, un fin no revelado que ahora se traslucía
en el relato de tío Kurt. ¿Qué pretendieron hacer el Führer y demás líderes del
Tercer Reich? ¿Qué intentaba realizar Rudolph Hess cuando voló a Inglaterra en
Mayo de 1941? Muchas preguntas como éstas danzaron en mi cerebro durante
todo el almuerzo y me estremecía de gozo al considerar la posibilidad de que tío
Kurt tuviese las respuestas.
Por otra parte un pudoroso sentimiento de humildad me asaltaba cada vez
que recordaba cómo había llegado hasta allí, persuadido de estar embarcado en
una aventura única, de ser protagonista privilegiado en un drama cósmico. Pues
lo que me había ocurrido a mí, sin subestimar el peligro real que entrañaba, era
juego de niños a la luz de la experiencia vivida por mi tío . Y al pensar así,
sentía que nuevas fuerzas acudían en mi auxilio para cumplir el pedido de
Belicena Villca.
Desde unos días atrás venía deseando abandonar el lecho de enfermo
pues ya me sentía bastante repuesto. Sin embargo algo inconsciente me
bloqueaba la voluntad cuando decidía vestirme y bajar a las plantas inferiores de
la casa. Al principio no sabía que era lo que me impedía hacerlo, pero luego fui
descubriendo con estupor que simplemente me aterraba la idea de enfrentarme
con los dogos que se paseaban libremente por el parque circundante de la casa.
En más de una ocasión los había observado por la ventana y, pese a su
descomunal tamaño y fiera estampa, no parecían ser realmente agresivos.
Debería aceptar sin reservas la explicación de tío Kurt de que atacaron inducidos
por él, pero una cosa es decirlo y otra enfrentarse a esos animales luego de tan
desagradable experiencia previa.
Pero esta vez estaba firmemente decidido a abandonar el lecho de
enfermo. Luego de vestirme, por primera vez en quince días, con ropa que tomé
de mi equipaje, bajé lentamente la hermosa escalera de ónix que daba al amplio
living-room, desconocido hasta ese momento para mí. No encontré a nadie a la
vista y, sin muchos deseos de explorar la casa por mi cuenta, me acomodé en un
sofá –era el mismo donde yací desvanecido la primera noche– frente a los
amplios ventanales que daban al parque.
Suponía que tío Kurt todavía estaría almorzando, pero pronto salí de mi
error al verlo llegar desde el exterior de la casa. Se sorprendió y alegró al mismo
tiempo de verme levantado.
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