Page 516 - El Misterio de Belicena Villca
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Inmediatamente recordé que para esa misma fecha, cuatro años antes,
estuvimos con Papá y Rudolph Hess en Berchtesgaden. No había, pues, nada
más por hacer en Berlín y, luego de despedirme del Oberführer Papp, partí
hacia la estación de trenes para emprender el viaje a Prusia Oriental lo más
rápido posible.
Capítulo XIV
Una hora más tarde, desde la ventanilla del tren norteño, veía pasar los
últimos barrios de Berlín. Iba ensimismado pensando en la carta de Rudolph
Hess y lamentándome no haber podido entrevistarlo para transmitirle algunos
interrogantes que requerían urgente respuesta. Algo extraordinario me estaba
sucediendo desde hacía algún tiempo atrás y, salvo Rudolph Hess, no me atrevía
a confiarlo a nadie.
Desde la noche de la graduación, cuando fui presentado al Führer,
comencé a experimentar un curioso fenómeno psicológico. En esa ocasión
respondí “YHVH-Satanás” a las preguntas del Führer ¿quién es el Enemigo de
Alemania? ¿contra quién combatimos?, y creí reconocer que dicha respuesta no
había sido razonada por mí, sino “captada” o algo así como “escuchada” con un
oído interno.
Para mí estaba fuera de dudas que la “Voz” oída era ajena, es decir que
venía de afuera de mi conciencia. Pero también comprendía la imposibilidad de
transmitir esta experiencia a otra persona sin correr el riesgo de inspirar
desconfianza sobre mi cordura. Durante el viaje a Egipto medité en esto y llegué
a la conclusión de que la presencia del Führer había desencadenado un
fenómeno de descarga inconsciente siendo la Voz oída simplemente una
intuición formal. O sea que de alguna manera Yo “sabía” la respuesta y, en un
momento en que estaba psicológicamente bloqueado por la arrolladora
personalidad del Führer, la “adiviné” o creí hacerlo, tomando una intuición por una
percepción extrasensorial. Era una conclusión escéptica pero Yo tenía la
seguridad de que dicho fenómeno sería puramente circunstancial, que no
volvería a producirse. Me aferraba a esta certeza con el oculto temor de que su
repetición implicase una pérdida del equilibrio racional.
Es comprensible: en una sociedad que considera “normal” lo que es
común a todos, es decir colectivo, y reprime con la alienación al que se aparta de
lo “normal”, sentirse distinto puede ser peligroso en muchos sentidos.
Principalmente porque la falta de “patrones” o “modelos” –eliminados
sistemáticamente o autoeliminados por el miedo– para comparar nuestra
“anormalidad” nos induce a temer una pérdida de la razón. Este temor a poseer
dones o virtudes que nos hagan diferentes a los demás es considerado una
“santa prudencia” en un mundo que glorifica la mediocridad del hombre promedio
y des confía del individuo.
De modo que, temeroso de las implicancias que tendría considerar esa
experiencia como un fenómeno real, Yo atribuía la Voz escuchada a una
proyección del inconsciente sobre la conciencia.
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