Page 514 - El Misterio de Belicena Villca
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–¡Bueno, bueno, –dijo– veo que te sientes bien!
                        –Sí tío Kurt, creo que ya es hora de hacer una vida normal –di una
                 palmada al brazo enyesado– por lo menos mientras espero que me quiten la
                 escayola.
                        Sonreía, con expresión aprobadora.
                        –Si realmente te sientes a gusto aquí, nos quedaremos conversando toda
                 la tarde, y luego cenaremos en el comedor.
                        Asentí con la cabeza. Estaba feliz, esperando un nuevo relato de mi tío y
                 pensando que las cosas tendían finalmente a encarrilarse.
                        Tío Kurt se sentó frente a mí en un sillón individual y charló sobre un tema
                 intrascendente para dar tiempo a que la vieja Juana nos sirviera dos humeantes
                 tazas de café.
                        Finalmente dijo:
                        –En Agosto de 1937 regresé de Egipto y tomé contacto telefónico en Berlin
                 con el   Oberführer Papp a quien había cobrado, luego de cuatro años de
                 agradable trato, particular afecto.
                        –Hola Edwin –saludé, luego que la operadora me comunicó con Papp–.
                 ¿Hay algo para mí?
                        –Sí Kurt. Debes venir a la Cancillería para recibir instrucciones ¿Dónde
                 estás?
                        –En la Estación Central de Trenes. Dentro de treinta minutos puedo estar
                 allí.
                        –Bien, dirígite a la Oficina de  Seguridad e identifícate con el
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                 Oberschrarführer   Kruger. El te conducirá hasta mí.


                        Deposité el equipaje en un cofre de la estación y partí al encuentro del
                 Oberführer Papp. No tomé alojamiento en un  hotel pues quería cerciorarme
                 sobre si no tendría que continuar viaje  a alguna repartición militar (como
                 efectivamente sucedió).
                        El   Oberschrarführer Kruger me condujo a través de una maraña de
                 corredores y pasillos hasta la oficina desde donde se decidía todo lo concerniente
                 a la seguridad del Führer en el ámbito de la Cancillería.
                        Era un pequeño mundo aparte que ocupaba un ala trasera del Palacio de
                 la Cancillería, pasando un patio interior, y que reunía bajo el mando del
                 Oberführer Papp, varios sectores cuyas actividades específicas tan diferentes,
                 convergían en el objetivo común de la Seguridad. Funcionaban allí una escuadra
                 de la Gestapo, un equipo de Comunicaciones y Radiogoniometría, un pequeño
                 grupo del Servicio Secreto de la  , un laboratorio químico, una enfermería con
                 médico de guardia permanente las 24 horas del día. Todo montado, equipado y
                                                           a
                 atendido por la   con personal de la 1   Panzer División Leibstandarte Adolf
                 Hitler.
                        –¡Hola Kurt! Me alegro de verte,  muchacho. Sinceramente –dijo el
                 Oberführer Papp–. Siéntate, por favor.
                        Me ubiqué en una silla frente al escritorio ocupado por Papp. La oficina era
                 una construcción reciente de hormigón armado por lo que el techo tan bajo
                 contrastaba con la gran altura de los pasillos atravesados para llegar hasta allí. El

                 28   Oberschrarführer: Sargento de la
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