Page 517 - El Misterio de Belicena Villca
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Sin embargo el fenómeno se volvió a repetir y no una sino varias veces
                 más con la consiguiente alarma por mi parte que temía padecer alguna especie
                 de esquizofrenia.
                        Pero, a poco que desechaba las dudas y meditaba serenamente no podía
                 dejar de reconocer que este fenómeno distaba de ser peligroso y diría que
                 incluso resultaba simpático. La razón de tal conclusión estaba en la “seguridad”
                 que sentía ahora de que la Voz oída era totalmente ajena a mi propio ser. Por
                 supuesto, se podrá argumentar que la “seguridad” que puede tener un hombre en
                 la percepción de fenómenos pertenecientes a su propia esfera de conciencia es
                 totalmente subjetiva. Y es cierto pues, en general, la “seguridad” no garantiza de
                 ningún modo la verdad de su afirmación.
                        Por ejemplo cuando el cazador se siente “seguro” de acertar a su presa y
                 yerra el tiro o cuando el estudiante “seguro” de haber dado la respuesta
                 adecuada comprueba que el Profesor lo ha calificado con un cero se puede decir
                 que ha “fallado” la seguridad. ¿De qué depende entonces el éxito si cuando estoy
                 “seguro” de obtenerlo puedo fracasar?
                        Para responder se debe distinguir antes entre “seguridad subjetiva” y
                 “seguridad objetiva”. La primera está más cerca de la imaginación y la segunda
                 de la realidad. La seguridad subjetiva se apoya en la fe; la seguridad objetiva se
                 apoya en la realidad. El que cree tomar una manzana con la mano y lo que
                 realmente toma es una manzana, indudablemente dispone de seguridad objetiva.
                 Si en cambio cree tomar una manzana y en realidad toma otra cosa, su seguridad
                 es subjetiva. Hay pues una brecha entre la seguridad  subjetiva y la seguridad
                 objetiva, que, según los individuos, puede llegar a ser un abismo.
                        Pero es deseable que la seguridad  experimentada en lo que se haga o
                 piense sea lo más objetiva posible. Entonces: ¿cómo se debe hacer para cerrar
                 la brecha que separa la seguridad subjetiva de la seguridad objetiva? Salvando el
                 caso de una predisposición natural a la realidad objetiva, la respuesta sería que
                 la “experiencia” previa asegura mayores probabilidades de que la “seguridad” en
                 la concreción de un acto se realice objetivamente.
                        Si se quiere comprender mejor el tema se debe distinguir también entre la
                 seguridad del diletante y del experto. Ante una misma prueba ambos se sienten
                 “seguros”, pero con mayor probabilidad, sólo el experto arriba al éxito en tanto
                 que el diletante fracasa.  La “seguridad” del experto se funda en la experiencia
                 previa; la del diletante en la fe en sí mismo; pero como todo experto en algún
                 momento inicial debió haber sido un diletante, es posible que el diletante, si
                 persevera, alguna vez llegue a ser un experto.
                        De modo que la seguridad es tanto más objetiva cuanto más vaya
                 acompañada de la experiencia. Pero si la seguridad subjetiva es traicionada por
                 la realidad objetiva, si se fracasa, sobreviene la decepción de la derrota. Se debe
                 concluír, entonces, que la capacidad de sobreponerse a los fracasos es un factor
                 condicionante para capitalizar la experiencia en favor de una seguridad objetiva.
                        La seguridad, por otra parte, es una actitud psicológica fundamental para
                 encarar las pruebas de la vida. El que se enfrenta al desafío de una prueba debe
                 contar por anticipado con el éxito, debe estar “seguro” de ganar y un fracaso no lo
                 ha de desanimar como para no intentarlo de nuevo. En los casos anteriores, ni el
                 cazador deja de cazar porque falle un tiro, ni el estudiante deja de estudiar
                 porque lo aplacen en un examen; ambos se sobreponen y capitalizan la
                 experiencia aumentando su seguridad objetiva, siendo más “expertos”.

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