Page 561 - El Misterio de Belicena Villca
P. 561

bastaría el solo acto de mi presencia para que los Demonios cerrasen la
                 Puerta de Shambalá.


                 Capítulo XXI


                        El  Oberführer Papp, antiguo conocido, me impuso de los detalles de la
                 misión. La partida sería en cuatro días, pues ya tenían todo listo: víveres,
                 equipos, armas, documentación falsa, etc. En verdad, recién entonces lo vi con
                 claridad, aquella operación estaba preparada desde mucho tiempo atrás y, al
                 parecer, sólo dependía de mí para ponerse en ejecución. Vale decir, que todos
                 los que participaban de la operación, o de su secreto, el Führer incluido, estaban
                 aguardando mi Iniciación, esperando el  momento en que Yo adquiriese
                 conciencia espiritual de la Clave del Signo y me pudiesen exponer la misión en el
                 Asia. Creo que jamás sentí tanta vergüenza como entonces: Yo, el estúpido y
                 arrogante aprendiz de Iniciado, había perdido meses, meses preciosos, tratando
                 de profundizar racionalmente en la Sabiduría Hiperbórea de la Orden Negra; al
                 fin, comprendiendo que transitaba por un callejón sin salida, que era presa de
                 una trampa de la lógica, busqué en mi Espíritu la Verdad última que la razón, y el
                 conocimiento racional, me negaban;  y propicié así el Kairos Iniciático, de
                 acuerdo a la confirmación que  de él hicieron los Iniciados de la Orden Negra;
                 luego fui Iniciado y Konrad Tarstein me explicó el carácter de la misión “Clave
                 Primera”, tal su denominación codificada, y describió la facultad que Yo debería
                 emplear para “cerrar la Puerta de Shambalá”, puerta que Ernst Schaeffer se
                 proponía abrir y que tal vez estuviese abriendo en ese momento.
                        Esos pensamientos, y esta posibilidad, me angustiaban sobremanera, y
                 diría la verdad si afirmara que aún aquellos cuatro días para partir se me
                 figuraron interminablemente largos.


                        La primera etapa era en avión. Volaríamos desde Berlín hasta Tanzania,
                 en la costa oriental de Africa, haciendo escala en diversos países africanos o
                 colonias de aliados de Alemania, tales como España e Italia. En Tanzania, en la
                 región de lo que fuera hasta la Primera Guerra Mundial el Estado de Zanzibar,
                 nos arrojaríamos en paracaídas sobre la granja de una antigua familia de colonos
                 alemanes que trabajaban ahora para el Servicio Secreto. Debía seguirse tal ruta
                 porque la misión estaba calificada como “operación ultra-secreta de la Waffen  ”
                 y porque se efectuaba el vuelo en un avión militar especialmente adaptado para
                 el caso: se trataba de un Dornier, o “lápiz volante”, al que se había reemplazado
                 su clásica carga de bombas por tanques suplementarios de combustible.
                        En Tanzania, pues, descendimos sin problemas tanto nosotros como la
                 carga de armas y equipos. Los colonos nos esperaban desde hacía tiempo y
                 habían adquirido para nosotros un cargamento de hilos de algodón, en el que se
                 apresuraron a ocultar los objetos comprometedores. Un día después, y luciendo
                 un atuendo de indudable confección levantina, muy apropiado para el papel de
                 comerciantes egipcios que debíamos representar, los colonos nos condujeron a
                 la isla de Zanzibar en un lanchón de regulares dimensiones. En el puerto estaba


                                                         561
   556   557   558   559   560   561   562   563   564   565   566