Page 563 - El Misterio de Belicena Villca
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cargamento; Yo cerraba la columna. Exhibíamos sólo tres fusiles Mauser de la
                 Primera Guerra Mundial, armas acordes con nuestra supuesta profesión de
                 comerciantes, en tanto ocultábamos entre las ropas las pistolas Luger de servicio
                 y en las mochilas las temibles metralletas Schmeisser.
                        Acampamos un día en los montes Garro y cruzamos el Assam sin
                 detenernos más que lo indispensable. Pronto nos encontramos a más de 2.000
                 mts. de altura, alegrándonos de dejar atrás las regiones tropicales, infestadas de
                 animales salvajes y por los no menos  salvajes bandidos de las tribus angka,
                 michi, dafla, abors, etc.  Una senda que serpenteaba por  la ladera oriental del
                 Himalaya nos conducía lentamente hacia el Bután.

                        En la aldea de Taga Dzong nos recibieron con gran alborozo, como si
                 fuésemos embajadores de alguna potencia  occidental, lo que nos causó gran
                 contrariedad pues no deseábamos llamar la atención de los ingleses ni de ningún
                 verdadero diplomático de la nación que fuese. Sin embargo, el misterio pronto se
                 aclaró, al comprobar que dos enviados de Von Grossen esperaban nuestra
                 llegada desde hacía meses para guiarnos hasta Punakha: eran dos lopas,
                 funcionarios del Deb Rajá de Bután.
                        Acompañados por los delgados pero vigorosos lopas, también de Raza
                 aria, atravesamos numerosos valles pequeños, enclavados entre cordilleras de
                 enorme altitud. Tras cada escalón de la ladera himaláyica ascendíamos cientos
                 de metros, no siendo infrecuentes los pasos, o dvaras, de 4 ó 5 mil metros. Los
                 lopas hablaban bodskad, la lengua tibetana que Yo, como  Ostenführer,
                 comprendía perfectamente. En el dialecto de Jam nos explicaron que no iríamos
                 directamente a Punakha pues allí, junto al Deb Rajá, se hallaba una guarnición
                 inglesa: Karl Von Grossen estaba en un monasterio cercano, bajo la protección
                 del jefe espiritual del País, el Dharma Rajá.

                        Al fin, arribamos al monasterio taoísta, construido sobre un monte cubierto
                 por nieves eternas y desde el cual partía un escabroso sendero, sólo apto para
                 peatones, que atravesaba el Himalaya y conducía al Tíbet. Von Grossen y su
                 ayudante nos salieron al encuentro.
                        –¡Heil Hitler! Temía que no llegasen a tiempo –nos dijo por todo saludo.
                        –¡Heil Hitler! –respondí– El  Haupsturmführer Doktor Kloster Hagen y el
                   Haupsturmführer Doktor Hans Lechfeld, –presenté a mis acompañantes– y
                 Yo,        Sturmbannführer        Kurt    Von    Sübermann.      ¡Sieg    Heil,   main
                 Standartenführer !
                        Von Grossen me observó atentamente, con curiosidad científica.
                        –¿Así que Ud. es el misterioso  Iniciado de quien puede depender el
                 Destino del Tercer Reich? –se preguntó con asombro– ¡Me lo imaginaba de otra
                 forma!
                        –¿Cómo? –exclamé, perturbado por la indiscreta franqueza del
                 Standartenführer.
                        –No lo tome a mal –dijo sonriendo por primera vez– pero es que aquí se
                 ha hablado mucho de Ud., quizás más que en Alemania. Ud. sabe: esta gente
                 tiene facultades psíquicas muy desarrolladas y durante varias semanas le han
                 captado mientras se aproximaba. ¡No exageraría en lo más mínimo si le afirmo
                 que todo el Tíbet espiritual conoce en este momento su llegada a Bután! Pues
                 bien, Von Sübermann: ha sido Ud. observado psíquicamente y descripto de muy

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