Page 567 - El Misterio de Belicena Villca
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El Guru Visaraga y sus sadhakas continuaban observándome con
                 delectación. El extraordinario informe brindado por Karl Von Grossen me acababa
                 de revelar por qué había sido elegido para presidir aquella operación: a sus dotes
                 y conocimientos militares, el Standartenführer sumaba una gran comprensión de
                 las costumbres y creencias religiosas del Asia. Decidí hacerle una pregunta
                 concreta, sobre el objetivo principal de la misión.
                        –Mucho le agradezco sus valiosos datos –dije– pero hay algo que me
                 preocupa desde que arribamos. Entonces  Ud. dijo: “creí que no llegarían a
                 tiempo”. ¿De qué tiempo disponemos, Herr Von Grossen?
                        –Poco, muy poco, Von Sübermann. Pero será suficiente, si partimos
                 cuanto antes y redoblamos la marcha, para alcanzar a Schaeffer antes del lago
                 Kyaring ¿Está Ud. enterado que allí será entregado a una  secta de fanáticos
                 asesinos uno de los integrantes de la expedición, el oficial Oskar Feil?
                        –Sí –respondí–. Fui informado en Berlín. Lo que me intriga es cómo ha
                 podido saberlo Ud., de qué medios se vale para conocer en todo momento la
                 ubicación de la expedición de Schaeffer.
                        –No es ningún secreto, ni se trata de ningún procedimiento misterioso o
                 sobrenatural: es espionaje liso y llano; el caso más clásico de espionaje que ha
                 estudiado en el Curso de Seguridad. Como Ud. ya sabe, desde que la Operación
                 Altwesten se gestó en Alemania, fue infiltrada por el S.D.: tenemos allí dos
                 hombres del Servicio Secreto que no  han despertado sospecha alguna en el
                 desconfiado Ernst Schaeffer. Sin embargo, ellos nada hubiesen podido hacer si
                 no contásemos a nuestro favor con el apoyo del Círculo Kâula, cuyos tentáculos
                 se extienden por todo el Tíbet. Son los  fieles kâulikas quienes transportan los
                 mensajes de nuestros espías a través del Himalaya y nos facilitan
                 permanentemente la localización de la expedición. Ya le dije, Von Sübermann,
                 que en estos países los kâulikas son muy temidos, y su fama favorece la
                 colaboración de los supersticiosos pobladores. Fama que, en este sentido, ellos
                 no desmerecen en absoluto, pues más que ascetas son monjes guerreros y los
                 traidores pueden estar seguros de que tarde o temprano morirán en sus manos.
                 Así, pues, una vasta red de espionaje se ha tendido en torno de nuestro objetivo.
                        Conviene que sepa, Von Sübermann,  que el Dharma Rajá, el Jefe
                 espiritual de todo el país de Bután, es secreto partidario del Círculo Kâula y por
                 eso ha destinado el Palacio contiguo como Residencia de Invierno. Odia
                 intensamente a los ingleses, a los  que considera “representantes de los
                 Demonios”, y ha ordenado que se nos preste la mayor ayuda posible mientras
                 permanezcamos en su País. El segundo hombre importante es el Deb Rajá, a
                 quien se ha encargado de la Administración y los asuntos de Estado, por lo que
                 debe permanecer en Punakha y soportar a  los ingleses, a los que odia tanto
                 como el Dharma Rajá. De todos modos, nosotros contamos con salvoconductos
                 oficiales que nos permitirán llegar al Tíbet y aún movernos en ese país,
                 presentándonos como funcionarios y comerciantes al servicio del Rajá.
                        –De acuerdo a lo dicho –prosiguió  Von Grossen– disponemos de muy
                 poco tiempo. Deberíamos partir mañana mismo si fuese posible. Ernst Schaeffer
                 ha salido de Lhasa hace tres semanas, siguiendo la ruta hacia Chamdo, pero su
                 marcha es lenta pues no desea que algún malentendido malogre su visita a
                 Chang Shambalá: sabe que sus movimientos son permanentemente vigilados
                 desde la Torre Kampala. Su cautela se torna más comprensible, también, si se
                 considera que debió permanecer un año en Lhasa, en el Palacio del Dalai Lama,

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