Page 585 - El Misterio de Belicena Villca
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parapetado en prevención de  que se abriese la puerta e ingresasen otros
                 guardias.
                        Los kâulikas, que llegaron segundos después junto al altar, se ocuparon de
                 cortar las ligaduras y quitar la mordaza que impedía hablar a Oskar, a quien ya se
                 le pasara el efecto del narcótico.
                        –¡Kurt! ¡Kurt Von Sübermann! –gritó aturdido–. ¿Eres realmente tú o estoy
                 soñando?
                        –¡Soy Yo, soy Yo! –afirmé con impaciencia–. Prepárate pues tenemos que
                 huir cuanto antes de aquí. Luego te explicaré todo.
                        El pobre Oskar no podía tenerse en pie.
                        Durante siete días lo mantuvieron maniatado en el altar y sólo lo
                 alimentaron lo indispensable para que llegase vivo al día de su ejecución. El lopa
                 y Yo pusimos cada uno un hombro bajo sus brazos y retrocedimos al fondo del
                 Templo alzándolo en vilo. Mientras, el gurka pegaba su oído a la puerta y, al no
                 advertir peligro alguno, se aseguraba con el puñal que los guardias estuviesen
                 bien muertos.
                        En verdad, podíamos haber salido por  la puerta del Templo, ya que los
                 guardias exteriores corrieron hacia la aldea al oír las explosiones; pero entonces
                 no lo sabíamos y no queríamos arriesgarnos a sostener un combate desigual. Lo
                 que hicimos, en cambio, fue salir los cuatro por la ventana: primero trepó el lopa;
                 luego Oskar, parado sobre mis hombros, recibió ayuda y pasó a la cornisa
                 exterior; y, finalmente, subimos Bangi y Yo.
                        Rodeamos el Templo y comprobamos que el frente estaba desguarnecido.
                 Atravesamos, pues, el pasillo que unía la Isla Blanca con la playa y nos
                 ocultamos tras el murillo para observar, cincuenta metros adelante, lo que
                 sucedía en el Monasterio. ¡En los minutos siguientes nos reencontraríamos con
                 nuestros Camaradas!


                        Capítulo XXVI


                        El entorno de la muralla había sido despojado de rocas, por lo que tuvieron
                 que arrastrarse cincuenta metros. Faltando cinco minutos para la una Von
                 Grossen, los tres oficiales  , y tres lopas, se hallaban pegados en el suelo a
                 veinte metros de la puerta principal.  Los restantes cuatro monjes estaban
                 encargados de eliminar a los vigías, desplegados en posiciones adecuadas para
                 tal fin.
                        Su acción fue muy veloz y los vigías “nada vieron” cuando los lopas
                 emergieron de la tierra con la velocidad de la cobra, se hincaron en una rodilla, y
                 lanzaron cuatro flechas. ¡Cuatro flechas en la noche, cuatro blancos certeros! Se
                 diría que aquellas saetas  sagradas buscaron el corazón de los adoradores del
                 Señor de Shambalá.
                        Von Grossen y su grupo corrieron entonces en dirección a la puerta,
                 uniéndose a dos de los arqueros; los  otros dos marchaban, separadamente, a
                 liquidar a los centinelas de las torres extremas de la muralla, esas que estaban
                 sobre las aguas del lago. Todos se apretaron al muro, en tanto Kloster y Hans
                 sujetaban en goznes y cerraduras los cuatro petardos de demolición. La entrada
                 principal a la aldea estaba guardada por un pesado y enorme portón de única

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