Page 590 - El Misterio de Belicena Villca
P. 590
minutos del ataque. Una muerte que iba acompañada por un estremecedor
concierto de aullidos de dolor.
A los dos minutos, ambos pelotones se reunieron en la puerta posterior del
Monasterio, la que miraba a la Isla Blanca y al Templo de Rigden Jyepo. Los
relojes señalaban la una y dieciocho, y por la playa se aproximaba a paso lento
un tercer grupo: ¡era la cuadrilla compuesta por el gurka, el lopa, Oskar Feil, y Yo!
De pronto se abrió la puerta y algunos lamas pretendieron salir al exterior.
Tosían y lloraban por el humo, y sus simples rostros asiáticos representaban la
imagen del espanto: Von Grossen los ametralló sin piedad y bramó:
–¡A las otras puertas!
En efecto, las restantes puertas se abrieron también pero fueron muy
pocos los sobrevivientes que tuvimos que suprimir: el intenso calor, y el derrumbe
de los pisos superiores, acabó con la mayor parte antes que pudiesen llegar a las
salidas. Como los vigías, como la guarnición, la totalidad de los lamas del Bonete
Kurkuma terminaron aniquilados a causa de nuestra superioridad en el arte de la
guerra.
Capítulo XXVII
Una y veintiún minutos. Karl Von Grossen, Heinz, Kloster, Hans, Oskar y
Yo, el conjunto de cinco lopas, y el gurka, salvamos los trescientos metros que
nos separaban de la torre izquierda. Tuvimos que abrirnos paso sangrientamente
entre el escaso gentío que aún corría caóticamente sin saber qué hacer, pero esa
vía de escape planeada por Von Grossen demostró ser, sino la única posible, una
de las pocas que quedaban. Otro curso de evasión, por ejemplo, podría haber
considerado el medio acuático del lago; lo que no sería factible hacer era
regresar por donde vinimos, es decir, por la avenida, ya que la misma se
asemejaba ahora a un túnel de alta temperatura por efecto del incendio general;
efecto anticipado por el previsor Von Grossen.
En el centro de un espeluznante círculo de cadáveres, al pie de la
escalera, dimos con el monje kâulika. Antecedidos por éste, fuimos subiendo en
columna hasta la torre y bajando rápidamente con la cuerda al exterior de la
muralla.
Sin obstáculos dignos de mención, emprendimos la retirada en dirección al
Norte. Quinientos metros más adelante hallamos al monje kâulika con los
caballos y completamos la retirada, alejándonos velozmente de la destruida aldea
duskha. El camino ascendía por la pendiente de una loma y Yo no pude evitar
volverme un instante para contemplar por última vez la consecuencia de nuestro
ataque. La imagen que percibí, como corolario de la operación, fue dantesca: con
el marco tenebroso de la noche cerrada, se distinguía nítidamente el cuadrado
del interior de la muralla, iluminado por los resplandores rojizos del incendio, que
todavía conservaba su vitalidad destructiva; el fuego, como una bestia famélica,
había decidido devorarlo todo, y aún se alimentaba del siniestro Monasterio; el
edificio, que fuera el más alto de la aldea, ardía libremente y sus llamas
proyectaban un abanico multicolor sobre el espejo inmutable del lago Kyaring;
590