Page 591 - El Misterio de Belicena Villca
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bajo esa luz, hasta me fue posible reconocer al maldito Templo de Rigden Jyepo,
                 que estaba construido íntegramente con piedras blancas.
                        El éxito del ataque habría sido total de haber podido seguir el curso de una
                 variante planificada por Von Grossen, que contemplaba la dinamitación de aquel
                 Templo satánico. Pero no se dispuso de tiempo material para ello; vale decir, el
                 tiempo se empleó en cubrir las puertas del Gompa a fin de evitar que escapasen
                 los lamas: al realista Von Grossen le  pareció más práctico matar a todos los
                 lamas, enemigos vivos, que emplear la violencia en un símbolo “inerte” tal como
                 el Templo. Mas Yo discrepaba con semejante criterio, pues consideraba que
                 tenía más peso real, como adversario,  el Lamasterio que los lamas: ¡a la
                 Fraternidad Blanca le iba a resultar mucho más fácil reemplazar a los lamas que
                 reconstruir el milenario Templo! Sin embargo, nada le reprocharía a Von Grossen
                 ya que, gracias a su indudable profesionalismo, ahora galopaba a mi lado Oskar
                 Feil.
                        Unas potentes exclamaciones me  substrajeron bruscamente de tales
                 pensamientos. Tardé en comprender que todos hicieron lo mismo que Yo y se
                 volvieron un segundo para llevarse la visión final de la aldea duskha. Y ahora, al
                 descender al otro lado de la loma, lanzaban incontenibles y alborozados gritos de
                 júbilo. Naturalmente, me refiero a los alemanes, pues los asiáticos permanecían
                 tan indiferentes como siempre. Von Grossen tuvo que aludir a la autoridad de su
                 grado militar para evitar que  se entonara a viva voz la canción de Baldur Von
                 Schirach “Canto a las Banderas de las Juventudes Hitlerianas”. Yo también la
                 hubiese querido cantar en ese momento. Y, recordando mi niñez en El Cairo, la
                 repetía mentalmente, como sin dudas hacían mis Camaradas:


                               ...Alemania, un día te elevarás radiante
                              ¡Aunque Nosotros tengamos que morir!
                              Nuestros Estandartes ondean frente a Nos,
                              nuestros Estandartes son de un Tiempo Mejor,
                              nuestros Estandartes nos conducen a la Eternidad,
                              ¡sí, nuestros Estandartes son superiores a la Muerte!


                        Sí, nuestros estandartes eran superiores a la Muerte misma; y
                 desencadenaban la Muerte sobre los enemigos, como acababan de comprobar
                 los lamas del Bonete Kurkuma. Los alemanes desatábamos la Muerte porque la
                 Historia nos convocaba para ello; el Enemigo de nuestros estandartes se
                 arrepentiría para siempre de haber clavado sus viles garras en la patria. Recordé
                 entonces la “Canción de Rebato para los alemanes” de Dietrich Eckart, aquel
                 miembro fundador de la Thulegesellschaft de quien Konrad Tarstein me hablara
                 incansablemente, pues había sido también uno de los Inciadores de Adolf Hitler:

                               ¡Convocación, Llamamiento, Alarma, Rebato!
                                ¡Suelta está la Serpiente!
                                ¡El Dragón de los Infiernos!
                                ¡La Estupidez y la Mentira rompieron sus cadenas;
                                la Avidez por el Oro reposa en horrible asiento!
                                Rojo, como la Sangre, está ardiendo el Cielo;
                                con estrépito pavoroso
                                se derrumban las Murallas.

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