Page 635 - El Misterio de Belicena Villca
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–Sé que no debo explicaros estas cosas a Vosotros, que estáis iluminados
                 por Shiva, y que habéis realizado la maravillosa proeza de diezmar a los
                 vampiros duskhas. Os pregunté por la  Banda Verde, no para conocer Vuestra
                 opinión, sino para informaros que serán  ellos quienes os conducirán hasta
                 Shanghai. En Lan-Chen-Fu os pondremos en contacto con la Banda Verde y a
                 partir de entonces quedaréis en sus manos, que son de absoluta confianza. Si
                 quisiérais, os podrían sacar de China por Hong Kong, mas si insistís en tratar con
                 los japoneses podéis ir igualmente a Shanghai.

                        Antes de salir, el Shivaguru de Sining nos hizo una notable reflexión:
                        –Vosotros, los alemanes, os equivocáis al confiar en los japoneses: ¡ellos,
                 tarde o temprano, os traicionarán! Nosotros los conocemos desde hace milenios
                 y por eso podemos hablar con fundamento:  en el fondo son miserables
                 budistas, aunque hagan gala de su tradición samurai. Alguna vez fueron
                 valientes guerreros, es cierto, pero de eso queda sólo el recuerdo; y de recuerdos
                 viven los lisiados y los ancianos. Ellos han sido trabajados por los Sacerdotes
                 budistas de la Fraternidad Blanca,  han sido “moralizados”, es decir,
                 ablandados, debilitados, amansados, pacificados. Hoy, bajo la aparente
                 austeridad palpita el Dragón de la Envidia por el lujo y la Cultura occidental; bajo
                 el disfraz de la humildad jadea el burgués deseoso de todos los placeres; bajo la
                 máscara del  guerrero consagrado a las penurias de la lucha, está el rostro
                 pusilánime del que ama las comodidades de la paz; bajo el declamado honor se
                 oculta la traición. Recordad mis palabras, Shivatulku, y repetidlas a vuestro
                 Führer si podéis. ¡Vuestro aliado natural no es el Japón sino China: por aquí
                 pasa el tao!

                        ¡Ay, neffe Arturo, cuanta razón tenía aquel monje kâulika en 1938! Tal
                 como el Führer me explicara aquella noche de la graduación, en la Cancillería, y
                 tal como era de público conocimiento, él fue el primero que desnudó la armadura
                 interna de la Sinarquía y expuso su médula judaica. En el centro estaba el
                 sionismo, sostenido esotéricamente por los Sabios de Sión del Gran Sanhedrín;
                 para dominar al Mundo, la Sinarquía disponía de dos alas tácticas, una derecha o
                 judeoliberal, y otra izquierda o judeomarxista; el ala derecha estaba apoyada
                 esotéricamente por la masonería y cientos de sectas afines; el marxismo contaba
                 directamente con el control de los miembros del Pueblo Elegido, así que su
                 fundamento esotérico sería  simplemente rabínico. Según el Führer, el hombre
                 políticamente más esclarecido de la historia, así funcionaba orgánicamente la
                 Gran Conspiración Judía o Sinarquía Universal. Pero, una cosa era afirmarlo y
                 otra demostrarlo. ¿Cómo conseguir que el enemigo, un enemigo lo
                 suficientemente capaz de desarrollar una Estrategia durante siglos e involucrar
                 en ella a pueblos, países y naciones, se desenmascare? ¿Cómo lograr que el
                 Enemigo abandone toda  cautela y deje al descubierto su tenebrosa alianza?
                 ¿Cómo provocarlo para que se delate de ese modo?
                        El Führer halló la solución. “Si hay algo que jamás permitirán los Sabios de
                 Sión, ni la Sinarquía, ni la Fraternidad Blanca, ni el mismísimo Creador, Jehová-
                 Satanás,  será que perezca el comunismo”, fue más o menos el genial
                 razonamiento. En efecto, el comunismo, la más pura expresión política de la
                 mentalidad judía, no podía perderse: semejante posibilidad, para la Sinarquía, era

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