Page 640 - El Misterio de Belicena Villca
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cierta supervisión sobre el incontrolable tráfico del Mercado Negro. De no obrar
                 así, y obligar a las Sociedades a operar en la clandestinidad, sería necesario
                 vigilar las 24 horas del día las murallas y habría que sostener periódicos
                 enfrentamientos armados con los contrabandistas.

                        Los kâulikas de Sining se dirigieron directamente a la Shen Hei y allí dieron
                 una contraseña a viva voz. De inmediato nos cedieron el paso. Pero, una vez
                 adentro, no nos condujeron frente a un tosco malhechor, jefe de una “cofradía de
                 bandidos”, como la definición de Von Grossen permitía presumir. El jefe de la
                 Banda Verde era un anciano chino de  exquisitos modales, que por el rubí
                 encarnado que lucía en el gorro oficial declaraba ser un mandarín de primera
                 categoría y primera clase: tal señal significaba la más alta jerarquía en la
                 aristocracia china; también distinguimos una imagen de un unicornio ricamente
                 bordado en su traje, insignia propia de  los Kuan militares: los Kuan civiles
                 llevaban insignias de aves.
                        Se llamaba Thien-ma, es decir, Caballo del Cielo, y nos sorprendió con su
                 conocimiento sobre todos nuestros pasos: sabía que éramos alemanes, que
                 procedíamos de Bután, que exploramos  el Tíbet al mismo tiempo que otra
                 expedición alemana proveniente de la India, que destruimos la aldea duskha, que
                 aparecimos misteriosamente en el valle Kan-cheu y llegamos a Sining, y que
                 ahora solicitábamos ayuda para viajar a Shanghai. Hablaba en mandarín culto y
                 dejó formar un halo de intriga en torno a sus informes.
                        Estábamos en una enorme y lujosa casa que bien podría pasar por un
                 palacio. Los sirvientes terminaban de poner la mesa y el Kuan nos invitó a
                 sentarnos.
                        –Me dará gusto almorzar con Vosotros. Tengo entendido que sois
                 Doctores, hombres de estudio, además de guerreros. Yo también lo soy: hace
                 años alcancé el grado de Hamlin, que equivale a lo que llamáis profesor, el título
                 más elevado que otorga la Universidad de Pekín. Mis especialidades son las
                 Matemáticas y la Filosofía. He estudiado a fondo el Taoísmo y lo profeso: la
                 nuestra podría considerarse como una Sociedad taoista. Es por esa filiación que
                 somos aliados naturales del Circulo Kâula del Tíbet: nosotros consideramos que
                 ellos conocen la parte oculta del taoísmo; de todos los taos, el Tao; de todos los
                 caminos, el Camino; la Senda estratégica que lleva al Espíritu a liberarse de sus
                 ataduras materiales. Muchos de los integrantes de la Banda Verde, al retirarse,
                 suelen recluirse en los Monasterios kâulikas.
                        Von Grossen y Yo, al conocer a Thien-ma, convinimos en que se requería
                 un nuevo estudio sobre las Sociedades criminales chinas. Evidentemente existía
                 una sugestiva confusión, quizás originada en que la fuente común que
                 disponíamos los europeos para conocer China eran los copiosos informes
                 suministrados por los ingleses, los que contendrían información maliciosa y falsa.
                 ¡Al fin de cuentas, para los ingleses la   era también una Sociedad Secreta
                 criminal! Porque de lo que menos se podía acusar a Thien-ma era de ser un
                 típico criminal; aunque las acciones de su organización estuviesen reñidas con la
                 ley. El, y todos los de su “Banda”, eran idealistas, tenían una meta espiritual que
                 alcanzar; y se encontraban en un mundo diabólico. En tales circunstancias
                 gnósticas, la solución es siempre la misma: el fin espiritual justifica cualquier
                 medio empleado para abrirse paso en territorio enemigo.


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